domingo, 16 de enero de 2022

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza


TSUNAMIS CIBERNÉTICOS

En su obra denominada “Linchamientos digitales”, la investigadora Ana María Olabuenaga destina buena parte de su libro a describir los antecedentes de dicho fenómeno, así como los casos más relevantes que se han presentado en nuestro país. Menciona ejemplos emblemáticos, a través de los cuales se evidencia la forma como diversas expresiones en redes sociales fueron llevadas al escenario real, terminando en muerte de los personajes calificados como criminales en un tuit que se volvió viral.

Con relación al mismo tema de violencia en redes, la comunicóloga hace referencia al fenómeno de las “ladies” y los “lords”, individuos cuyo proceder violento fue captado por alguna cámara y difundido en la red. Menciona que dichos títulos se han dado en forma satírica, como dando a entender que actúan de ese modo debido a un complejo de inferioridad que ellos intentan apagar a golpes. De hecho, parecería tener una base científica, ya que dichos comportamientos violentos bien pueden presentarse en individuos con baja autoestima.

Lo arriba mencionado resulta una suerte de radiografía social de nuestro país, en el cual el grado de culpabilidad castigada va en función de quién comete la falta, más que la falta en sí. Hay incontables casos en los cuales un delito grave desaparece como por magia, en tanto una falta leve de orden civil, llega a pesar tanto como el más terrible de los crímenes. Como quien dice, en muchos de los casos los delitos son relativos, cambiantes y justificables, según quien los cometa.

Nuestra sociedad viene cargando en estos últimos tiempos con más emociones negativas que antes. Reaccionamos de forma más intensa y tal vez irracional frente a una situación que consideramos injusta. En ocasiones ni nos detenemos a considerar la situación en sí; basta con que alguna de las voces que reconocemos como autorizadas señale algo, para que explotemos en contra de lo señalado. Ya sea para condenarlo, para atacarlo o simplemente para ridiculizarlo. Tenemos la necesidad de seguir a aquellos personajes con liderazgo que resultan de nuestras simpatías, y somos capaces de apoyar y aplaudir lo que dicen o lo que hacen, con particular entusiasmo.

Desde la aparición de la Web 2 la Internet no sólo nos permitió informarnos acerca de lo que ocurre a distancia. Podemos también interactuar, dar nuestra opinión y hasta formar comunidades. Entre más aislados nos sentimos en la vida real, con más pasión actuamos en el espacio virtual y seguimos con mayor entusiasmo a quienes consideramos dignos de admiración. El sentir que somos un grupo de usuarios que seguimos a tal o cual líder, nos concede un sentido de pertenencia con sus diversas aristas, entre las cuales se halla la polarización. Algo que no nos animaríamos a expresar por cuenta propia, en el conjunto lo hacemos sin dudarlo, y así se genera una masa de información que termina estando distante de la verdad. Ya, incluso, no nos detenemos a cuestionar aquello que nuestro admirado líder informático afirma; lo damos por sentado y actuamos en consecuencia.

Más delante la investigadora, al hablar sobre el caso de Nicolás Alvarado que derivó en su renuncia como director de TV UNAM, desmenuza el significado de la palabra “Ídolo” en México, un término inicialmente descrito por Carlos Monsiváis para referirse a un símbolo social que aglutina en sí antecedentes y expectativas populares que hermanan a todo un grupo social. Que Nicolás Alvarado se hubiera referido en un artículo periodístico en forma negativa al entonces recién desaparecido Juan Gabriel, bastó para generar un tsunami informático que terminó con la separación de Alvarado de un puesto que, hasta ese momento, había desempeñado de forma magistral en la televisión.

Pudiera decirse que todos quienes hacemos uso de redes sociales, en particular de Twitter, no nos percatamos de que tenemos entre las manos una bomba casera que puede explotar en cualquier momento, inclusive contra nosotros mismos. No alcanzamos a medir el alcance de lo que expresamos, tantas veces de forma irracional, como por impulso, o por un simple gesto de solidaridad con aquellos personajes que seguimos en nuestro día a día. El mundo actual lleva consigo una importante carga de violencia que llega a contaminar las diversas formas de expresión, aun más cuando el anonimato total o relativo facilita hacerlo sin quedar expuestos, como es el caso de diversas redes sociales.

Internet llegó para quedarse. Posee grandes ventajas, así como riesgos. Puede hacernos mejores personas o convertirnos en las más sombrías. Ello nos obliga a revisar de manera periódica si somos maestros de nuestra propia expresión, o esclavos de fuerzas ajenas a nosotros mismos, en un viaje laberíntico sin destino preciso.

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