domingo, 27 de febrero de 2022

CONFETI DE LETRAS por Eréndira Ramírez

Alguna vez de niña vi una película donde los dioses del Olimpo, se entretenían jugando con el destino de unas embarcaciones. Apenas logro recordarla, sin embargo y guardando las respetuosas distancias que ameritan, ya que esto es mitología, es curioso como en la vida real uno puede sentir a veces que su Dios le jugó una broma. 

Hace un mes, me encontraba yo en Bellas Artes, si ahí, donde ni en sueños alguna vez pensé llegar, con mis compañeros de coro, para participar en ese escenario magnífico. Meses de preparación, emoción y nervios. Por fin estábamos a punto de entrar al escenario. Solo faltaba un coro antes de nosotros, y cada grupo tenía una actuación de 7 minutos aproximadamente. En ese momento, uno de los niños del coro al cual, debo decir, quiero especialmente por tener un corazón enorme y por ser carismático, talentoso y siempre dispuesto a ayudar, súbitamente se sintió mal. Sus labios palidecieron en extremo. alguien me llamó, y al verlo, era claro que se sentía muy mal. Salimos del grupo, lo acompañe y lo dejé entrar al baño, lógico al de hombres, así que yo quedé afuera, y sin poder tener acceso a lo que pasaba claramente, No había nadie más a quién pedirle se hiciera cargo de él, a excepción de un hombre de edad avanzada que realizaba el aseo y a través del cual me enteraba del estado de mi compañerito. 

Oí pasar al otro coro a escena y dentro de mi sentía la angustia de cual era la decisión correcta: Dejarlo, al fin y al cabo no era nada grave, y en unos minutos después de cantar, regresar, o permanecer a su lado, porque tampoco era claro qué es lo que le estaba pasando ni si iba a empeorar. Minutos que se convirtieron en un tiempo de conflicto, de no saber qué decisión tomar. De renunciar a algo tan deseado,  de sentirme inhumana por dejar a alguien en ese trance. En ese momento en que yo me debatía en que era o no lo correcto, o lo que iba yo a hacer, mi querido cantor salió ya recuperado. El color le había regresado a la piel y aunque todavía advertía en él cierto malestar, me dijo que podía continuar. Al paso más acelerado que pude, lo tomé de la mano y nos encaminamos de nuevo a tomar fila para entrar, pidiendo a Dios que todo saliera bien. Justo en ese momento nos estaban anunciando. 

Mi querido compañerito se sobrepuso y pudo cantar e interpretar la flauta como siempre lo hace, con todo el corazón. Creo haber disfrutado doblemente ese momento que parecía no querer llegar. Al salir, ya una vez libre del estrés, la emoción, el conflicto de decidir, tuve la sensación de que definitivamente Dios desde algún rincón del teatro me observaba y reía, ¡me había jugado una broma! 

Hasta ahorita, siendo sincera, no sé que hubiera decidido, ¿hubiera sido más fuerte mi vocación de servicio como médico, o el cumplir un sueño tan acariciado como era el estar cantando en Bellas Artes? A veces es bueno no haber tenido que tomar una decisión equivocada.

(Reciclado por valioso)

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