domingo, 27 de noviembre de 2022

CONTRALUZ de María del Carmen Maqueo Garza

 

NAVIDAD SOLIDARIA

Estamos a poco menos de un mes de la celebración de la Navidad.  Desde hace un par de semanas negocios, vialidades y  casas particulares lucen sus adornos de temporada, invitándonos desde ahora a celebrar las fiestas decembrinas.

En lo personal desfila por mi mente un tropel de memorias, desde las primeras en casa de mi abuela materna, cuando –por razón de mi edad—me dormía antes de la cena, que se llevaba a cabo de regreso de la misa de gallo a las 12 de la noche.   Lo que sí recuerdo de forma clara es la llegada de los tíos abuelos a la convivencia familiar, con seguridad la más importante del año.  En un siguiente bloque de recuerdos, como niña de clase media, vienen las vivencias mágicas de las mañanas de 25.  En la casa paterna por única ocasión el arbolito navideño permanecía encendido toda la noche, de modo que al despertar la  mañana de Navidad y correr a la sala en busca de regalos, la luminosidad multicolor me recibía de forma espectacular.   En casa se utilizaban unos focos multicolores de pocos watts, insertos en unas bases metálicas en forma de estrella, que concedían un efecto mágico a esas escenas de 25 por la mañana.  Cierto, había que esperar a que mis papás despertaran, para abrir los regalos.  Como hija única por casi diez años, y siendo una niña de temperamento apacible, era escaso el jolgorio que se armaba en casa la mañana del 25.  En las casas de otras familias las costumbres variaban, algunos abrían regalos desde la cena del 24; otros hasta el Día de Reyes.  En cada costumbre familiar se dejaba ver el espíritu de la fiesta cristiana muy matizada de tintes profanos, pero aun así las manifestaciones católicas, como nacimientos o posadas, ocupaban un lugar muy relevante a lo largo de toda la temporada.

Traigo esto a colación, por una parte, por solaz remembranza, pero por otra, para ubicarnos todos nosotros en el aquí y ahora de las celebraciones navideñas: La percepción ha cambiado de manera importante; pasamos de ocupar el papel de los niños ilusionados a los adultos proveedores.  Gran parte de la magia se ha esfumado con la edad, pero otra enorme porción de encanto queda dentro de nosotros, y se activa a la menor provocación: Volvemos a ser esos niños ilusionados que esperan y viven con particular goce las fiestas.  Sin embargo, mucho de nuestro entorno ha cambiado, en particular después de estos casi tres años de encierro obligado, tiempo en el que, para muchas familias, se ha perdido gran parte de las oportunidades de ingreso salarial.  Contrario a los cálculos oficiales de salario para la canasta básica, el número de familias con pobreza alimentaria se ha disparado, y hay niños que van a dormir esta noche con hambre.  Otro elemento terrible durante el invierno en el hemisferio norte es el frío. En los cinturones de miseria de las ciudades; entre los “sin techo”; o para la población migrante que, en el mejor de los casos, duerme en un albergue temporal.  Sé que en gran medida este cambio de percepción de las cosas guarda relación con mi edad, aunque –debo confesar—una bolsita con colación o un ponche de frutas bien caliente siguen despertando esa parte infantil que hay en mí.

Con el encierro obligado de la pandemia, hemos dejado de usar parte de nuestro guardarropa.  En muchos casos porque no salir de casa descarta mucho cambio de indumentaria; o bien la ropa nos ciñe o nos queda grande, y ya no está en condiciones de ser utilizada.  En todo este tiempo los niños de casa habrán crecido, además de que ya no es tan habitual la costumbre de “pasarse los gallitos” entre niños de la familia, dado que las unidades familiares son cada vez más reducidas… Frente a este panorama, un gran regalo de temporada puede ser la donación de dichas prendas de vestir, mediante centros de acopio y distribución reconocidos.  Tal es el caso de la Casa Hogar Omnia en Piedras Negras, que está requiriendo chamarras para niñas entre 5 y 8 años. Y así, en cada ciudad.

Alguna vez escuché a una persona afirmar que no donaba ropa, pues la gente beneficiada “la usaba y luego la tiraba”.  Cierto es que la usa al límite y cuando la prenda ha cumplido su función, la desecha.  Esas madres de familia no tienen lavadora ni acceso a servicios profesionales de limpieza.  Obvio: En un momento dado terminan desechándola.

En esta época que para algunos evoca  recuerdos maravillosos.  Cuando nos rodeamos de nuestros seres queridos para celebrar.   Es el mejor momento para ir a nuestro guardarropa a seleccionar aquellas prendas abrigadoras que ya no se usan, y darle un regalo de amor al más necesitado. Conmemoramos que Jesús con su muerte nos dio el regalo de la vida eterna. En comparación con ello: ¿Será muy complicado desprendernos de algo propio para bien de otros? ¿Cómo ven?...

1 comentario:

  1. Correcto siempre es mejor dar al qué lo necesita y no tenerlo guardado sin usar

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