Seres que comparten genética, crianza, hogar, habrán de percibir nuestras enseñanzas, emociones, intenciones, de distinta forma, y serán individuos distintos, con metas e ideales diferentes, con afinidades distintas, y que en el mejor de los casos compartirán valores y sentimientos afectivos especiales hacia sus hermanos.
Fuimos educadores, sin tener manual alguno, a veces apenas nos dimos cuenta de la gran repercusión que cada palabra dicha o acción tomada tendría en la vida de nuestros hijos. La mayoría fuimos llevados por el amor y la buena fe, sin que esto sea sinónimo de que aun así, fuese acertado.
Con errores y aciertos, así fueron criados nuestros hijos. Sorprende al llegar a adultos, ver lo distintos que son, encontrar sin embargo en ellos la esencia de lo que quisimos imprimir en ellos y sentir la satisfacción de saberlos capaces de enfrentar la vida con audacia, con responsabilidad, con ética, perseverancia y pasión en todo aquello que deciden como proyecto de vida.
A mí en lo personal, más me sorprende ver que ahora soy yo la que de ellos aprende, cada uno ha sido un maestro que aporta a mi vida sabiduría. En ellos encuentro respuestas a preguntas que dejé inconclusas toda mi vida, veo sus estilos de vida que han enriquecido y mejorado por ellos mismos. Su actitud hacia la vida es para mí un ejemplo a seguir, más que quizá lo haya sido o sea yo para ellos. Los años quizá me han ido quitando la soberbia de creer que solo es facultad de los padres guiar a los hijos, agregar a mi experiencia las jóvenes ideas de mis hijos, desaprender errores e incorporar en mi vida aquello que implica mejorar mi calidad de vida física, emocional, espiritual, hace que me enorgullezca de ellos y que humildemente reconozca que ellos han encontrado fórmulas de vida que ahora al lado de ellos descubro. Fortalezas en las que quizás algo aporté, pero que definitivamente han sabido acrecentar y además compartirme.
Fuimos educadores, sin tener manual alguno, a veces apenas nos dimos cuenta de la gran repercusión que cada palabra dicha o acción tomada tendría en la vida de nuestros hijos. La mayoría fuimos llevados por el amor y la buena fe, sin que esto sea sinónimo de que aun así, fuese acertado.
Con errores y aciertos, así fueron criados nuestros hijos. Sorprende al llegar a adultos, ver lo distintos que son, encontrar sin embargo en ellos la esencia de lo que quisimos imprimir en ellos y sentir la satisfacción de saberlos capaces de enfrentar la vida con audacia, con responsabilidad, con ética, perseverancia y pasión en todo aquello que deciden como proyecto de vida.
A mí en lo personal, más me sorprende ver que ahora soy yo la que de ellos aprende, cada uno ha sido un maestro que aporta a mi vida sabiduría. En ellos encuentro respuestas a preguntas que dejé inconclusas toda mi vida, veo sus estilos de vida que han enriquecido y mejorado por ellos mismos. Su actitud hacia la vida es para mí un ejemplo a seguir, más que quizá lo haya sido o sea yo para ellos. Los años quizá me han ido quitando la soberbia de creer que solo es facultad de los padres guiar a los hijos, agregar a mi experiencia las jóvenes ideas de mis hijos, desaprender errores e incorporar en mi vida aquello que implica mejorar mi calidad de vida física, emocional, espiritual, hace que me enorgullezca de ellos y que humildemente reconozca que ellos han encontrado fórmulas de vida que ahora al lado de ellos descubro. Fortalezas en las que quizás algo aporté, pero que definitivamente han sabido acrecentar y además compartirme.
Nunca será la edad una determinante en un ser humano para menospreciar lo que podamos aprender. Cada día, de un niño, de un adolescente, de un adulto o de un anciano, hay algo que podemos integrar para enriquecer nuestro arsenal de conocimientos.
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