Poco a poco, nuestra realidad deja de ser aquella de hace unos años. Nuestro futuro no es ni con mucho lo que un día pensamos sería. Hemos acumulado nostalgias y perdido seres queridos. Nos han arrancado de tajo etapas de nuestra vida, el presente llegó abruptamente cuando apenas lo veíamos como un futuro lejano.
No sé si me hubiera gustado que alguien me adivinara el porvenir, no creo, no sin poderme dar la opción de modificar lo que era inconveniente o doloroso, y alargar los momentos de plena felicidad, esos que no quieres nunca que terminen. Pero unos y otros se los lleva el tiempo, para bien o para mal, hay un sitio llamado pasado a donde todo va a parar.
El fugaz presente nos regresa a esta realidad que es energía que se transforma. Un día nunca será igual a otro, por más que caigamos en rutinas, hay oportunidad de vivirlo distinto, de encontrarle otros matices a su colorido, de iluminarlo con actitudes positivas. Vamos por otro día y a enfrentarnos a nosotros mismos para vencer el reto que ofrece, tener bajo nuestra responsabilidad el gran tesoro que es nuestra vida. Sin, con a pesar de, haciendo uso de creatividad espiritual, con renovación, intentando la madurez que nos lleve a reconocernos como los arquitectos de nuestro destino, viendo más hacia nuestras fallas que hacia las ajenas; hacia las virtudes de los demás y no a sus defectos; a lo que poseemos y no a nuestras carencias, podemos hacer de cada día, uno mejor.
Alguien me decía hoy: "Deja a Dios que escriba tu día", yo pensé que quizá sea mejor, que yo escriba y él me dicte.
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