RUIDO VS: RUIDO
En fechas recientes platicaba con algunos jóvenes para
tratar de entender su afición por el Instagram y lo que, para mí, resulta muy
misterioso, su abandono del Facebook. Hallé
diversos argumentos y justificaciones, pero algo dicho por uno de ellos me dejó
las cosas muy claras. Mencionó algo así: “A través de Instagram puedo hacerme
presente sin necesidad de revelar mis estados de ánimo. Subo una historia
divertida y con ello ya saludé a las personas que me importan, pero puedo
seguir mi día sin ser cuestionado.” Lo asocié de inmediato con una imagen que
acababa de ver en algún centro comercial, la de una jovencita menuda que
portaba unos auriculares tan grandes, que la hacían ver como personaje de
caricatura, que corre riesgo de irse de cabeza por el peso de estos. Me reveló muchas cosas, en especial su deseo
de permanecer aislada del mundo que le rodea, metida en su propia burbuja
digital.
Es preocupante: La tecnología nos ha vuelto personas
encerradas, recelosas, temerosas de que nuestro espacio privado sea
invadido. Nos encerramos a través de
auriculares, pantallas y otros dispositivos electrónicos como una respuesta
frente a un mundo que no parece agradarnos del todo. Como si repeliéramos la condición humana de
quienes nos rodean, con sus aciertos, pero también con sus errores, o
simplemente porque no atienden al guion que nuestra mente ha ideado para
ellos. Al disentir de lo que nosotros
esperaríamos recibir, simplemente los eliminamos de nuestro campo sensorial y
afectivo. Nos encerramos en un mundo
que, de entrada, sentimos que controlamos, aunque en realidad estamos siendo
una pieza más en el ajedrez que unas manos ajenas están jugando en la red.
Primero fue el judío polaco Zygmunt Bauman, filósofo y
sociólogo, y más delante Byung-Chul Hahn, el filósofo sudcoreano-alemán,
quienes han abundado sobre el tema: Estos tiempos que se denominan “posmodernismo”
han producido una sociedad líquida que se caracteriza por su falta de formas,
sus cambios constantes y la inestabilidad que esto produce en la mente y el
corazón de los internautas. En la red
se expresa al máximo el consumismo, convirtiéndonos a la vez en consumidores y
mercancía. Adecuamos nuestra vida a lo
que otros esperan de nosotros, y a ratos no alcanzamos a comprender que, en realidad,
el sistema nos tiene trabajando para él.
Con nuestros aportes cibernéticos alimentamos la oferta que vende en la
red. Los beneficiarios finales de ese
intercambio de bienes digitales son las firmas que sostienen todo el entramado.
¡Pero nosotros vivimos en la ilusión de que somos los privilegiados creadores
de contenidos!
Vamos a un concierto y observamos entre el público la
infinidad de luces que indican que hay cámaras de celulares grabando el
evento. Dejamos de disfrutar en vivo
aquello por lo que pagamos, para capturar y ser los primeros que lo suben a la
red, o quienes lo hacen de la mejor manera.
Lo mismo sucede cuando presenciamos un evento trágico: Nos colocamos en
posición de ser quienes mejor dan cuenta de ello, como reporteros gráficos en
la red. No se nos ocurriría asistir a
las personas afectadas, aun cuando tuviéramos posibilidad de hacerlo. Lo importante es entrar en la competición por
la mejor imagen y ganar. Lo demás es lo
de menos.
“FOMO”: “Fear of missing out”, un término que ya hemos
utilizado en este espacio. Significa el
miedo a quedar excluidos del tren donde todos viajan, a no ser tomados en
cuenta. Por ello somos capaces de lo que
sea. La red nos impulsa a engancharnos
para –ilusoriamente—satisfacer nuestro sentido de pertenencia. Como el mundo virtual es a lo que estamos
dedicando nuestro tiempo y nuestra sangre, a él nos debemos.
Tal y como anteriormente sucedía con el televisor dentro de
casa: Llegábamos de visita y teníamos que competir con el volumen del aparato
para entablar una plática con los visitados.
Ahora ocurre algo similar, pero en otra de sus variantes: El joven
siente la necesidad de mantenerse conectado con un ruido proveniente del
exterior, para acallar su ruido interior que le atemoriza. Busca apabullarlo de distintas maneras.
Byung-Chul Hahn en su libro “No cosas” habla de la forma
como nos enganchamos a través de las pantallas digitales a una presencia que
finalmente es intangible, plana y transparente, dejando de lado lo único real,
que son las relaciones presenciales, la aceptación de nuestra condición humana
en sus diversas expresiones. No hay personas
idénticas a nosotros ni perfectas; ninguna de ellas va a empatar con nuestros
deseos personalísimos. Pero, justo en
ese intercambio en el mundo real, a través de lo humano que hay en cada uno de
nosotros, es como se entabla una relación auténtica y duradera.
Mucho qué reflexionar sobre el tema: ¿No creen…?
Excelente y muy actual, gracias por compartir
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