domingo, 27 de julio de 2025

REFLEXIÓN del Dr. Carlos Sosa

El sermón del monte

Llega un momento en la vida en que uno ya no busca respuestas estruendosas, sino susurros. Ya no quiere maestros con micrófonos, sino con heridas. Y es ahí, cuando todo se empieza a derrumbar por dentro, que el Sermón del Monte no suena a religión, sino a sentido común con aroma a eternidad.

Porque en un mundo que aplaude al que pisa más fuerte, Jesús bendice al que camina con los pies rotos.
“Bienaventurados los pobres en espíritu”, dice. Y uno que ha vivido sabe que la gente más noble no es la que acumula, sino la que se vacía. La que ha perdido todo y aún así saluda, da gracias, ofrece pan. Ser pobre en espíritu no es resignarse: es aprender a no llenarse de cosas que no alimentan.

Después vienen los que lloran, los mansos, los que tienen hambre de justicia, los misericordiosos… Como si el cielo no se conquistara a codazos, sino a caricias. Como si el verdadero poder fuera la ternura.

Y entonces, en medio de esa lógica tan absurda para Wall Street y tan luminosa para el alma, Jesús suelta la bomba:
“Amad a vuestros enemigos”.
No soportarlos. No ignorarlos. Amarlos.

¿Quién sobrevive a esa frase sin desarmarse? ¿Quién no recuerda al que le falló, al que le robó la paz, al que lo dejó esperando en la sala de urgencias de su vida? Y sin embargo, el Maestro dice que solo ese amor absurdo puede salvarnos de convertirnos en lo mismo que odiamos.

Después nos recuerda que ser luz del mundo no es brillar para que te aplaudan, sino iluminar para que otros no tropiecen. Que no se trata de rezar bonito, sino de confiar como un niño: “Padre nuestro…”. Que dar limosna sin hacer show es más revolucionario que mil discursos.

Y al final, remata con esa imagen que me persigue como cirujano, como humano, como buscador:
Hay casas construidas sobre arena, que se ven hermosas pero se desmoronan con el primer temblor. Y hay casas humildes, fundadas sobre roca, que aguantan todo porque fueron hechas con verdad.

Ese sermón —que cabe en tres páginas— ha salvado más almas que cualquier tratado teológico. Y cuando lo leés con el alma rota, entendés que no es una cátedra moral, sino un mapa. Un mapa para no perderte, incluso cuando todo afuera parece un laberinto.

Tal vez por eso todavía resiste. Porque no exige ser perfecto, solo real. No promete éxito, sino profundidad. No nos pide que seamos dioses, sino humanos, profundamente humanos.

Y en un mundo tan lleno de ruido y performance… eso ya es un milagro...

No hay comentarios.:

Publicar un comentario