UN LUGAR PARA LA MEMORIA
Esta
semana nos sacude una terrible noticia: En el estado de México asesinan a un
menor que había sido secuestrado, por el impago de mil pesos que su madre
debía. Se detuvo a tres presuntos
criminales. En las investigaciones se encontraron evidencias físicas de
maltrato al menor de cinco años. Es una
nota que en tiempos anteriores si acaso hallaríamos publicada en los dos
tabloides que se ocupaban de este tipo de eventos. Hoy la encontramos en el contexto de muchas
otras notas periodísticas que dan cuenta de terribles actos criminales en los
que nuestra sociedad ha caído.
Pudiera
decir, sin embargo, que encuentro más significativo este caso frente a la
narrativa de los excesos atribuidos a personajes de la política y sus
allegados, que actúan como los clásicos “nuevos ricos”, haciendo ostentación de
excesos, cuando –al menos en la letra—se declaran emisarios de la pobreza
franciscana del actual régimen.
Si
contrastamos el primer hecho, a todas luces infrahumano, con el segundo, totalmente
dispendioso, hallaremos en ambos una pérdida de los valores tradicionales que
rigen a una sociedad sana. Principios éticos y morales que, en teoría, se
transmiten de generación en generación, y permiten mantener identidad,
estabilidad y cohesión entre los miembros de un grupo civilizado.
Si
estos principios son imbuidos a través de la familia, y en particular mediante el
ejemplo, habrá que ir a revisar cómo dicho proceso se interrumpió o se
distorsionó en la transmisión de valores como la integridad, la honestidad, el
respeto, la responsabilidad y la moderación, entre algunos otros. Cómo fue que esos personajes que actúan fuera
de la norma llegaron a dicho alejamiento de los esquemas tradicionales.
Los
infanticidas tal vez provengan de un estrato socioeconómico poco favorecido, en
el que el respeto por los demás pudiera ser subestimado ante las necesidades de
tipo económico. Aun así, se antoja que hay una gran distancia entre, en este
caso, la necesidad por recuperar los mil pesos que fueron prestados, y el
respeto por la integridad y la vida humana, muy en particular siendo la víctima
un niño.
En
el caso de los políticos paseadores y ostentadores habría que suponer que priva
en ellos el cinismo y la hipocresía. De
no ser así, tal vez se trate de una disociación con respecto a la realidad, que
no les permite percibir las cosas como en verdad son, llevados por pensamientos
alucinatorios.
Uno
y otro caso nos obligan a todos a hacer un alto en el camino y revisar nuestro
personal modo de actuar. Analizar en qué
forma algo de lo que hacemos o dejamos de hacer puede estar contribuyendo a las
conductas antisociales de quienes nos rodean. Si es nuestra simpatía o nuestra
indiferencia lo que abona el terreno para que proliferen ese tipo de conductas. Nos corresponde identificar cuántas veces nos
quedamos callados pensando en “mejor no mover el agua”, o nos hacemos de la
vista gorda, hacemos como que la Virgen nos habla y nos volteamos para otro
lado. La suma de los pequeños actos de todos nosotros forma una ola destructora
de gran altura, a manera de tsunami.
En
estos tiempos políticos en que se ha ido dando el desmantelamiento de las
instituciones, con sus graves consecuencias, nos toca a los ciudadanos trabajar
por fortalecer aquellas que aún perviven: La familia, la escuela, la iglesia, el
arte y la cultura, centros neurálgicos que ayudan a difundir y reafirmar los
valores tan necesarios para todos nosotros. Su óptimo funcionamiento permite a
los ciudadanos y a aquellos en formación, tomar conciencia de la propia persona
y de los demás. Comprender que cada ser
humano es igual de importante que los otros, y que merece respeto, desde el
inicio de la vida hasta su final. Nos
urge el reforzamiento de instituciones que contribuyan a enaltecer el valor del
ser humano por lo que es, al margen de sus posesiones materiales, partiendo del
principio de que las alas nos las proporciona el espíritu, no la riqueza
tangible.
La
concordia implica que nos veamos unos a otros a la misma altura y que avancemos
juntos, cumpliendo cada uno la función que le corresponde, sin caer en la
tentación de sacar ventaja maliciosa del puesto que ocupa. Convencido de que la
justicia es el valor que prevalece en toda sociedad armónica.
Por
último: La inteligencia emocional permite al ser humano alcanzar la
satisfacción por lo que es y hace, no por lo que acumula ni lo que ostenta. En
pocas palabras: Cuando en el centro del pecho se tiene un corazón pleno y
realizado, no hace falta nada del exterior para sentir que vale. Con los hechos
propios ya se ha ganado un lugar en la historia de su comunidad, un lugar para
la memoria, por el que será gratamente recordado.
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