domingo, 17 de agosto de 2025

REFLEXIÓN de Carlos Sosa

Llega

Sin anuncio, sin ceremonia, sin moño.
Un día cualquiera, mientras esperás el café o cerrás una herida, lo comprendés.
Así, de golpe, como quien tropieza con la verdad en plena sala de espera.

Te cae encima la certeza de que todo lo que venías persiguiendo —lo material, los títulos, el aplauso ajeno, el prestigio de cartón— no pesa nada cuando el alma se cansa.
Porque al final, lo único que sostiene es eso que nunca se puede comprar:
el amor genuino, la amistad sin dobleces, la paz que no hace ruido pero se siente como una cobija tibia en el pecho.

Y empezás a mirar distinto.
El primer respiro de la mañana ya no es automático, es un privilegio.
El sol que se asoma por la ventana deja de ser “un día más” y se vuelve milagro.
Las pequeñas cosas, esas que antes ignorabas por andar a las corridas, ahora son altar.

Aprendés a agradecer lo que antes dabas por hecho.
Una carcajada, un café compartido, el mensajito de alguien que te quiere sin agenda.

No se trata de volverse sabio, se trata de haberse roto lo suficiente como para entender.

Y entonces, por primera vez, sentís que estás vivo.
Pero de verdad...

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