A esa hora en que el mundo todavía no decide si va a despertar o seguir dormido, la luna sonríe con desgano.
No alumbra —consuela.
No guía —testifica.
Y ahí estás vos, parado frente al horizonte que sangra en naranjas y violetas, como si el cielo estuviera confesando algo.
No hay ruido.
Ni prisa.
Solo el pacto sagrado entre tu respiración y el universo,
ese contrato silencioso donde no hace falta hablar para entender que estás vivo.
Porque hay amaneceres que no son paisajes,
son mensajes.
Son maneras que tiene Dios —o lo que sea que lo reemplace— de recordarte
que todavía valés.
Que aunque el caos te sacuda de noche, todavía hay belleza que no depende de vos.
Y eso es esperanza.
Y eso, en tiempos así, es casi un milagro...
No hay comentarios.:
Publicar un comentario