Ahora que los años me pesan y el cuerpo ya camina despacio, hay una escena que me persigue como sombra. Mi hijo, con apenas unos trazos aprendidos, escribió con un crayón rojo sobre un documento de trabajo:
“Te amo, papá.”
Yo, ocupado , vi un papel arruinado. Lo regañé. Y él, con sus ojos grandes, dejó el crayón en silencio y se fue despacito, llevándose consigo un amor que yo no supe recibir.
Hoy entiendo que los documentos desaparecen, que las cifras y las urgencias se vuelven polvo. Pero aquel garabato torpe sigue vivo en mi memoria, como un recordatorio que me arde en el pecho: el amor pocas veces llega envuelto en perfección. Viene en letras chuecas, en gestos torpes, en abrazos inoportunos.
Por eso, si alguna vez la vida te ofrece un “te amo” desordenado, no mires la torpeza. Mira la intención. No castigues lo que en verdad es un regalo. Porque el amor, lector, no siempre sabe llegar con la forma correcta.
Y créeme, nada duele más en la vejez que darse cuenta demasiado tarde...
No hay comentarios.:
Publicar un comentario