Hoy me siento frente a mí mismo, en silencio. No hay público, no hay testigos. Solo yo y esta voz bajita que rara vez escucho. Esa que nunca grita, pero insiste: “gracias por sostenerme”.
Me agradezco por no soltarme cuando la vida se volvió insoportable. Por mantenerme de pie cuando hubiera sido más fácil derrumbarme. Por respirar aun con el pecho apretado. Por no sucumbir a la presión invisible que siempre me rodea como un enemigo que acecha en la sombra.
No me echo flores, no me he celebrado en redes sociales, no me he tomado fotos de triunfo. Pero aquí sigo. Y en este “seguir” hay una especie de milagro que no necesita aplausos.
Hoy me abrazo con ternura. Me agradezco por soportarme, incluso cuando no me aguanto. Por cargar con mis dudas, con mis cicatrices, con esa costumbre de exigirme demasiado. Por remar aunque no vea la orilla.
Es un agradecimiento en voz baja, casi secreto, pero sincero. Porque al final del día, nadie sabe lo que cuesta no rendirse… excepto yo.
Me agradezco porque, a pesar de mis propios demonios, sigo de pie.
Y eso, aunque nadie lo aplauda, es mi victoria más grande...
No hay comentarios.:
Publicar un comentario