domingo, 19 de octubre de 2025

CARTAS A MÍ MISMO por Carlos Sosa

A pesar de mí

Durante años creí que ser fuerte era aguantar. Callar el dolor, tragarse las lágrimas, apretar los dientes hasta que la mandíbula doliera. Me convencí de que la fortaleza se medía en la cantidad de golpes que uno podía recibir sin que se le notara la herida.

Hoy sé que estaba equivocado.

La vida me enseñó, a punta de quiebres, que la verdadera fuerza no está en no romperse, sino en seguir aun cuando ya estás roto. Ser fuerte, descubrí, es permitirse llorar hasta que se nublen los ojos y, aun así, avanzar con la vista empañada. Es arrastrar los pedazos de uno mismo sin vergüenza, con la certeza de que no hay cicatriz inútil.

Aprendí también que pedir ayuda no me hace menos. Que decir “no puedo solo” es, en realidad, un acto de amor propio. Porque amarse no es mirarse al espejo y creerse perfecto; es aceptar que, incluso con grietas, uno sigue siendo digno de cuidado, de descanso, de ternura.

A veces me encuentro exhausto, preguntándome si tiene sentido seguir. Y en esos momentos recuerdo que la resiliencia no siempre se ve heroica. Muchas veces es un gesto mínimo: levantarse de la cama cuando pesa el cuerpo, dar un paso más aunque tiemble el alma, susurrarse un “todavía no me rindo” en voz baja.

Eso es lo que hoy entiendo como fortaleza: seguir a pesar del miedo, del cansancio, de las dudas. Seguir, incluso contra mí mismo...

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