lunes, 5 de julio de 2010

México en llamas: Onésimo Flores Dewey


Texto subido con permiso de su autor. Publicado originalmente en Periódicos El Universal y  Vanguardia, y Blog "Ciudad Posible"

En semanas como esta ningún otro tema es relevante. El país se paraliza pues México está incendiado y los bomberos no se dan abasto. Mientras la población intenta acostumbrarse a vivir con miedo, sucesos como el asesinato del candidato del PRI a la Gubernatura de Tamaulipas, a unos días de la elección, cimbra nuevamente a nuestra sociedad. Ya van 22,700 muertos, pero no solo eso. Nadie está a salvo. Ni el delantero del América, ni el experto anti-secuestros, ni el cantante famoso, ni el líder moral del partido gobernante, ni mucho menos el mexicano que no se mete con nadie y que solo desea vivir en paz. Si la intención de los apóstoles de la violencia era mandar ese mensaje, pueden quedarse tranquilos.

Misión cumplida. Lograron que la pregunta ya no sea ¿quién fue? sino ¿quién sigue?

El empresario ya no busca hacer negocios, sino proteger a su familia y patrimonio. El turista la piensa dos veces antes de elegir nuestras playas. El alcalde con grandes proyectos encuentra que con solo atender la función policiaca tiene el plato lleno. Y resulta que competir por un cargo público implica arriesgar la vida. México está detenido, y cuando camina es hacia atrás. En el 2009, nuestra economía decreció 6.6%, una caída mayor a la observada en 1995, tras la crisis del peso (fuente en pdf). Hablar de la "Presidencia del Empleo" que prometió Calderón es invitar a la burla. El "desarrollo estabilizador" que derivó en el "milagro mexicano" de mediados del siglo pasado parece imposible de repetir, aún en una época en que hay economías emergentes -como la de China, India y Brasil- que avanzan a pasos agigantados. Si bien hay muchas causas que explican el pobre desempeño económico de México, lo cierto es que la pesadilla de la violencia nos está robando la oportunidad de soñar.

Nuestro líder, el Presidente de México, se ve cada vez más solo, ineficaz y terco.

Está perdiendo la batalla mediática, la batalla electoral, la batalla moral, y por supuesto, la guerra contra el narco. El día de ayer un editorial en El País -de España-, daba cuenta del drama mexicano, describiendo la existencia de una opinión pública dividida. Según el texto, de un lado están quienes sostienen que esta "guerra" es un esfuerzo innecesario, impulsado por un Presidente que encontró en el uniforme militar la oportunidad de legitimarse. Por el otro, hay quienes justifican la cruzada como única alternativa, pues reconocen que el narco ha infiltrado a las instituciones, y que por tanto es indispensable combatirlo como a un cáncer que se expande. Este análisis podrá reflejar la retórica polarizante de muchos actores políticos, pero lo cierto es que la mayoría de los mexicanos cambiamos de "bando" frecuentemente. Por supuesto queremos un combate frontal contra el crimen. Pero también nos preocupamos porque la estrategia no parece estar funcionando. Y en ese contexto, lo más grave no es el decreciente nivel de respaldo a la ruta marcada por el Presidente, sino que no hay ningún otro plan en la mesa capaz de galvanizar a los mexicanos.

El país no puede darse el lujo de esperar hasta la elección presidencial de 2012 para valorar alternativas claras.

Nos estamos incendiando, carajo. Fuera de la idea de sustituir las policías municipales con policías únicas estatales, hay pocas ideas ambiciosas en la mesa. Lo que se siente no solo es falta de coordinación, sino un profundo vacío de poder, en todos los niveles de gobierno, que los criminales están prestos para llenar.

Ante el más reciente magnicidio, un nuevo ejemplo. El Presidente llama a "la unidad de esfuerzos y voluntad de todas las fuerzas políticas", mientras que el PRI, que controla a la mitad del Congreso y la mitad de las gubernaturas, responde marcando distancia, exigiendo una estrategia de seguridad "eficaz". Pero la unidad que pide el Presidente, y la eficacia que reclaman los priístas, no pueden sostenerse en torno a conceptos vagos. ¿Tiene lógica pedir unidad en torno a una estrategia que ha demostrado su ineficacia? Y peor aún ¿puede haber -en un contexto federalista- una estrategia de seguridad eficaz sin unidad? Mientras estos reclamos cruzados no se transformen en propuestas concretas, capaces de generar corresponsabilidad en torno a objetivos claros y evaluables, seguiremos observando un lamentable diálogo entre sordos, justo en el peor de los momentos. Como si los bomberos estuviesen en huelga mientras México se incendia.

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