lunes, 5 de julio de 2010

POESÍA LATINOAMERICANA: Descanse en paz Roberto Friol,

Premio Nacional de Literatura 1998, falleció en La Habana el 2 de junio a los 82 años de edad.
Considerado como uno de los más importantes poetas iberoamericanos contemporáneos, de profesión maestro normalista, ejerció dicha profesión, y colateralmente se inició colaborando para diversos periódicos y revistas de la isla. Fue investigador literario en la Biblioteca Nacional José Martí, traductor de poemas de autores norteamericanos, su propia poesía fue traducida al ruso, ucraniano e italiano. Recibió el Premio Nacional de Literatura en 1998.
Sus dos libros de poesía más importantes: Turbión (1988) y Gorgoneión (1991). Hombre tímido y solitario, lo que no le ayudó a dar a conocer su obra al mundo. De hecho, nunca viajó fuera de Cuba. Sus restos fueron cremados de acuerdo a su última  voluntad.
De su libro TURBIÓN publicado en 1988, tres  poemas:

Cada luz

Cada luz es un rostro
en la alborada,
un ademán del fuego
a la fiebre del polvo ensimismado.


En la tarde,
la enunciación del mañana del hombre,
faz del sueño y del inmediato acontecer,
la ráfaga de un signo.


Y en la noche,
hambre de la rencorosa soledad,
constelación de lo inasible,
silencio y discurso inmensurables.


 

Mar, noche

Mar de palabras y noche de palabras.
Cada edad un rostro de palabras;
corazón de palabras en el radioso vivir,
las historias, la razón, la geografía de uno mismo.


Sombra de palabras para el viajero
y un sol de palabras y un viento de palabras;
toda la relación en sangre de palabras,
y el amor palabras, aleteo de palabras,
besos de palabras, sexos de palabras y un más allá
de palabras.


El pozo de palabras, los rostros de palabras;
en el país de palabras la patria de quién, la fiebre
de quién.
Transcurre entre palabras el clamor de abandono
y una muerte de palabras clausura el tiempo.


Tu eternidad

Tengo y vuelvo a tener tu eternidad
cada mañana con tu nombre,
cada tarde con los velos que nos separan de tì,
cada noche con tu misterio.


De madrugada tengo tu eternidad
en el sueño que clama por tu rostro,
en este desasirme de mí,
para darle posada a tu palabra.


Y en la muerte tendré tu eternidad.


 

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