domingo, 27 de junio de 2010

CONTRALUZ: El silencio de Dios.



María del Carmen Maqueo Garza
Hace escasos días se lanzó el nuevo Iphone; solamente en los Estados Unidos, en las primeras horas posteriores a su lanzamiento se vendieron seiscientos mil aparatos. Excelente ejemplo de cómo el consumismo opera en nuestras sociedades, generando necesidades de artificio que se presentan como reales, consiguiendo que el cliente haga lo que la maquinaria de producción tiene previsto que haga.

En este tenor de crear y satisfacer necesidades, es que se desencadenan varios fenómenos peculiares: El primero y más grave es que caemos en aquello de "tengo, luego valgo", invita a medirnos unos a otros conforme a los alcances materiales, lo que a la postre genera terribles vacíos interiores. Bajo esta óptica a la persona por sí misma no se le reconoce un valor, sino sólo en función de lo que posee o el alcance de sus acciones. El segundo efecto de esta generación-satisfacción de necesidades, es que si no obtenemos aquello que esperamos en tiempo y forma, nos frustramos.

Los especialistas denominan al fenómeno económico actual como "monetarismo". Los puntos son: Utilidad, rentabilidad e inmediatez. Esto es, todo se mueve de acuerdo al dinero, lo que explica a satisfacción conductas que se apartan del bien común, finalmente movidas por la "necesidad" de tener más dinero para aspirar a ser reconocidos. En este contexto no es de extrañar entonces, que inclusive jóvenes con preparación universitaria sucumban al canto de las sirenas de las redes del mal, que ofrecen dinero abundante en el corto plazo. En torno a este fenómeno, y particularmente en México, se ha desatado una hecatombe que a todos nos afecta: Hay dolor, angustia y muerte en nuestro entorno; la violencia en las calles nos aísla, volviéndonos rehenes de la inseguridad dentro de nuestras propias ciudades. Es entonces cuando volteamos al cielo para reprochar a Dios lo que interpretamos como su silencio.

Habría pues qué preguntarnos: ¿Y nosotros lo hemos escuchado acaso? ¿Lo escuchamos y atendimos durante tantos años cuando su palabra nos fue resultando incómoda, anticuada y hasta absurda? ¿Lo escuchamos cuando decidimos sacar de nuestras casas y de nuestras actividades sociales sus principios? ¿Cuando "la buena onda" lo excluía por completo? ¿Cuando dejamos de amar al planeta y a las formas de vida que hay en él?...

Dios ha hablado de mil maneras y nosotros nos hemos hecho de oídos sordos, como dice San Mateo, en "una sordera cuya causa es la libertad del que se niega a oír".

El consumismo alcanza nuestras relaciones interpersonales: Movidos por singular hedonismo desarrollamos relaciones efímeras, neuróticas y altamente sustituibles. No cabe la posibilidad de un auténtico interés por el otro, y mucho menos un compromiso en la relación. Ello conduce a un vacío existencial que se percibe dolorosamente en cuanto pasa la novedad de la relación, o en el momento cuando se apagan los dispositivos electrónicos tras los que sofocamos nuestros cuestionamientos interiores para no oírlos. Aquella insaciable sed de una trascendencia que dé sentido a la vida, es sustituida por otros tipos de sed que nos dejan a salvo de la entrega personal: El deseo sexual se dispara y la atracción por nuevas experiencias y consumo de sustancias también. El resultado final es una sensación de honda soledad en un contexto de egoísmo, provocando un bullicio que recuerda el texto del Deuteronomio "una soledad poblada de aullidos", intentando mediante la estridencia exterior no escuchar esas voces interiores que claman por un crecimiento personal que dé sentido a nuestro paso por este mundo.

¿Y dentro de ese egocentrismo neurótico, podremos escuchar a Dios? Hacerlo implica ser perceptivos en el silencio, abiertos a su palabra para acogerla, comprenderla, y actuar en consecuencia. ¿Será acaso que en lo oprobioso de nuestras estridencias pretendemos alcanzar a oírlo?

Entonces: ¿Habrá Dios enmudecido, o será que nosotros no hemos creado las condiciones para percibirlo, de modo que el estado actual de cosas está causado por nuestros propios actos, y no como un castigo divino?

…Que hay personas inocentes que resultan afectadas es cierto. Que las consecuencias las pagan posiblemente aquellos que no generaron los problemas, también es cierto. A fin de cuentas detrás de todo ello se encuentra, o nuestra brutal autoría, o nuestra nefasta indiferencia.

Recientemente me llegó un escrito de Anand Dilvar, autor del libro "El Esclavo", de la corriente New Age, que en pocas palabras insinúa que Dios no pudo haber creado las tentaciones para luego prohibirlas, y exhorta a "hacer lo que se quiera en esta vida, que al cabo no hay infierno". Para mi gusto una espiritualidad ligera y cómoda cuyo mayor riesgo es que yo reencarne en cucaracha.

Tiempo de comprobar en los actos apegados a la verdad si el silencio de Dios es tal…

http://contraluzcoah.blogspot.com/

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