FIN DE FIESTAS
Con el Día de Reyes concluyen las fiestas decembrinas. De manera paulatina comienzan a retirarse los motivos navideños de comercios, calles y casas habitación, y para muchas familias inicia la cuesta de enero que en momentos llega a abarrotar las casas de empeño. Pasada la fiesta, y disfrutada ésta, ahora hay que encarar la realidad.
Alguna imagen transmitida por televisión da cuenta de la impresionante cantidad de basura que quedó en calles del Distrito Federal una vez terminadas las compras del Día de Reyes, amén de que la ciudad de México presenta un serio problema de acumulación de basura por el cierre del bordo poniente en el cual se depositaba la misma hasta finales del 2010.
De cara a lo que se prevé un año difícil en lo económico, no es ocioso plantearnos un plan de vida para los siguientes doce meses, y hacerlo desde la óptica de este fin de fiestas puede clarificar las cosas. Después de que gastamos, generalmente más de lo planificado en diciembre, habrá qué preguntarnos hasta qué punto valió la pena hacerlo, sobre todo en el caso en que dicho gasto esté significando problemas en enero.
En mayor o menor grado, a todos conviene hacer un examen de conciencia, máxime si en estos momentos caemos a la cruda realidad de no hallar cómo liquidar ciertos gastos de primer orden. Resulta muy sano analizar con honestidad qué proporción de regalos en realidad fueron significativos al darlos o recibirlos, ya sea porque con anticipación había un deseo específico por aquel objeto, o porque son tan afines a los gustos de quien lo recibe, que se convierten en objeto favorito a lo largo del año. Triste decirlo, pero generalmente sucede lo contrario, de manera que muchos de los regalos recibidos en diciembre, para este momento bien pudieran estar abandonados en algún rincón de la casa.
Algo mágico sucede, tanto en el ambiente como dentro de la propia persona en torno a la Navidad, llegando a producirse un fenómeno muy propio de la temporada: No parece preocuparnos gastar de más en regalos o en fiestas, en una locura temporal que suele terminar pasado el día primero del año. Situación que podemos prever para la siguiente temporada navideña desde ahora.
Estudios llevados a cabo en los últimos lustros para medir la satisfacción de los consumidores señalan que el dinero invertido en adquirir experiencias produce más satisfacción que el invertido en adquirir pertenencias. Un viaje, un paseo, un curso llegan a ser regalos que se agradecen aún más que la compra de objetos, debido a que éstos no siempre empatan los deseos de quien los recibe.
Sin lugar a dudas iniciamos un año difícil, lo que sugiere la conveniencia de establecer un acuerdo familiar para la administración de los ingresos del hogar. Pero quizás más que eso, habría que trabajar con los hijos para establecer prioridades, partiendo del hecho de que el dinero no compra la felicidad. Esto último significa un gran reto en tiempos cuando el consumismo nos bombardea por todas las ventanas electrónicas, en un efecto tan repetitivo que difícilmente no provoca un efecto sobre nosotros, generando necesidades que lejos de ser reales, son impuestas por intereses ajenos a nuestra persona.
Va aumentando el prototipo de hogares en los que cada quien está en su rincón, metido en su propio aparato electrónico por horas, y cuando dos miembros de la familia se desconectan momentáneamente para encontrarse frente a frente, simplemente no saben de qué hablar. Grave decirlo, quizás ni siquiera se conocen mucho, ni podrían predecir los gustos o las inquietudes del otro. La tecnología llega a provocar un fenómeno de aislamiento tanto físico como emocional en el individuo, de manera que nos vamos convirtiendo en islas, lo que a la larga condiciona un proceso de depresión.
La invitación queda entonces a vivificar nuestras relaciones; a dar pequeñas cosas de manera cotidiana, más que volcarnos en los grandes gastos de diciembre, para sufrir en enero. Habrá que enseñar a los hijos con el ejemplo que lo más importante llega a nosotros de manera gratuita, y que somos afortunados al poder tenerlos en derredor nuestro.
Toda crisis ofrece una oportunidad de crecimiento; hagamos de este 2012 con sus dificultades la gran ocasión para desarrollar otros aspectos de nuestra persona y de nuestra familia. Retomemos el disfrute de la convivencia, alrededor de la mesa, en algún parque; propongámonos aprender algo nuevo de los otros miembros de la familia. Afiancemos los lazos de amistad, o regalémonos tiempo para hacer aquello que siempre hemos querido, pero que no nos hemos animado a hacer. Intentar modificar lo externo suele ser ocioso y angustiante; hacerlo con lo interno equivale a explotar una mina de oro. ¡Feliz fin de fiestas!
Excelnte Carmelita.
ResponderBorrarUn gfuerte abrazo
Hector Villanueva
Un honor hallarlo leyendo mi colaboración, maestro. Un abrazo.
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