REFLEXIONES EN EL DÍA DE LA PAZ
En
el 2002 la ONU estableció el 21 de septiembre
como el Día Mundial de la Paz.
Quizás en ese entonces ningún mexicano habrá
prestado mayor atención a la celebración; nuestra condición social mostraba una
relativa calma, y nada nos habría hecho temer en aquel momento, que diez años
después la paz llegara a ser algo así como una utopía para todos nosotros.
Hoy vivimos entre contradicciones: En las
calles se cierne una guerra sin cuartel, aunque en el discurso oficial hay una calma
envidiable. El afán de posesión y el poder dominan la escena; a ratos parecemos marionetas, movidos por los hilos de
la violencia.
La
ambición enfrenta hermano contra hermano, terminando con lo que alguna vez
fueron lazos perennes. Hoy ya nada es
para siempre, ninguna relación parece sobrevivir la prueba de fuego.
Hemos creado el mundo de la inmediatez, del
mínimo esfuerzo, de los artículos desechables. Pagamos más por menos,
aprisionados por el consumismo insaciable que invade todas nuestras esferas.
No
parece inquietarnos el destino de
nuestro planeta, ni aún cuando el calentamiento global traerá efectos
deletéreos, no en cincuenta ni en cien años, sino en tan sólo cuatro años, para
el 2016.
No nos inmutamos. Seguimos del mismo modo contaminando la
tierra, el agua, el aire. Actuamos con la
mente puesta en la comodidad, en el
corto plazo, sin ir más allá a visualizar el mundo que las nuevas generaciones
nos han prestado para administrar a su nombre.
Justo en este tiempo cuando la vida ha
pasado de ser garantía a ser casualidad entre dos fuegos, lo que más anhelamos
es un estado de paz que garantice nuestros derechos fundamentales. Entre ellos el derecho a soñar,
a ver esos sueños realizados.
Vivimos una paz prendida con alfileres. Nuestro
firmamento se puebla de plomo. Echamos a volar como pájaros al mínimo
estruendo.
La verdad ha emigrado de la boca de los
grandes oradores; abandona las páginas de los libros, se convierte en falacias dictadas por la personal conveniencia.
Desde que vivimos bajo el principio del
placer, y éste rige nuestros
intereses, la palabra “prójimo” ha sido barrida
de nuestra memoria, y la paz huyó temiendo
por su vida.
Desde que en nuestro mundo la bondad se asume
como signo de debilidad, y la capacidad
de destruir es entendida como fortaleza,
la justicia ha puesto pies en polvorosa.
Desde que insistimos en imponer nuestra
razón por cualquier medio, y no nos mostramos dispuestos a escuchar a los
otros, la tolerancia se fue con sus hermanas a tierras lejanas.
Desde que partiendo de un corazón enmudecido buscamos resolver
las diferencias a golpes o a balazos, la libertad agoniza, y la esperanza emite
estertores de muerte.
¡Cuánto dolor se refleja en los rostros, en
las manos empuñadas, en los llantos contenidos, en los gritos ahogados!
¡Cuánto en los silencios lapidados, en los
muertos ignorados, en los niños cuya inocencia resultó vulnerada para siempre!
¡Qué terrible estela de daños dejan los
actos corruptos, los sepulcros blanqueados, las conductas insanas, las claras
injusticias!
¡Cuánta desazón! ¡Cuánta impotencia! Como
quien lucha contra una Hidra venenosa cuyas cabezas se multiplican después de cada
ataque.
Sueño con un mundo en el cual la paz sea como
el aire, algo a lo que todos tenemos derecho de nacimiento. Un mundo en el que prevalezca el equilibrio en
el uso de los recursos, que haya para todos de manera equivalente, sin discusiones,
sin jaloneos.
No
hay paz cuando ésta busca imponerse mediante las armas, o resguardarse detrás de muros y barreras.
No hay paz cuando las palabras se quedan
contenidas en la garganta, cuando los miedos punzan, y las lágrimas son la única expresión no censurada.
No hay paz cuando la juventud con su natural
apasionamiento busca expresarse y es reprendida, repelida, acallada a golpes.
No hay paz cuando nos invaden los sobresaltos y los temores, y
se interrumpe el sueño de los niños.
No hay paz cuando se pugna por sofocar un
problema social mediante el uso de la violencia, sin haber tratado primero de entender sus
orígenes, para resolverlo de raíz.
En este Día Mundial de la Paz primero quiero
reconciliarme conmigo misma, liberar esos fantasmas del pasado que me causan
daño.
Quiero deshacerme de aquellos sentimientos
enquistados que entorpecen mi visión del mundo.
Hoy quiero sanear mi economía emocional, y
así reconocer que mi derecho termina donde comienza el derecho de otros.
Quiero sacudirme ambición y envidia; desarrollar la inteligencia para descubrir
todo aquello que la vida me ha regalado, así como la sabiduría suficiente para ser feliz.
Paz: Utopía del presente, un sueño que no
estoy dispuesta a dejar escapar, ni bajo el cielo más plomizo.
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