CONTRALUZ
Octubre 28, 2012
2 de NOVIEMBRE
Significativa la carta
que dirige Javier Sicilia a Humberto Moreira manifestando que ahora son
hermanos del mismo dolor. Haber perdido
un hijo de la forma como ambos lo han hecho, borra fronteras para acoger en un único
punto cósmico al poeta rebelde que busca
justicia, y al político que de forma
inusual había callado, replegado en su duelo.
Y es precisamente esa pena que hoy une a dos
personajes tan disímbolos, el espectro que sobrevuela las conciencias de padres y madres. Mis hijos estudian fuera, de manera que ese mal
pensamiento se hace presente en mi andar diurno, y con más insistencia interrumpe el sueño por las noches. Pronto lo sacudo como alimaña, y comprendo
que la vida sigue su curso, que la noche
pasa, y el alba pone en pie a las madres
tempraneras para ir a dejar a sus hijos de
secundaria como “luceros de la mañana”, según las llama Ramón Carrillo. Los padres salen al trabajo montados en su bicicleta, sosteniendo
firmemente en una mano el lonche del
mediodía. Los hijos de las obreras de
la fábrica se encaminan al jardín de niños llevados por las abuelas, algunas
tan menudas que apenas si sobresalen de entre el montón de cabecitas recién
acicaladas; otras de andar pesado, parecen balancearse con cada paso, mientras afanan con los nietos.
…Y la vida sigue, el frutero sale, primero a
comprar y luego a vender su producto que entra por los ojos antes de alcanzar
el paladar, para regresar al hogar por
la tarde, sintiéndose afortunado cuando llega sin haber sufrido lesión o robo en el camino.
La madre tiende camas, lava la ropa y luego la tiende espléndida al sol, uno de esos
recursos que aún son gratuitos en nuestro suelo. Pone a remojar frijol, en tanto prepara una
sopa para el mediodía, y junta cambio hasta
completar para el kilo de tortillas.
Estoy de suerte cuando el afilador elige mi rumbo para desplegar la clásica tonada que llama a sacar
el cuchillo cebollero para darle nueva vida.
La melodía es llevada por un aire límpido, y se cuela por ventanas y
puertas para alegría de los mayores, quienes al escucharlo evocan tiempos que
se han ido. Claro, ocasionalmente también se deja escuchar el ulular dolido de
los vehículos de emergencia, anunciando tragedia.
Conforme entra la mañana el ruido provocado
por el choque metálico de los trenes contra las vías se ahoga en el barullo de
vehículos por calles y avenidas. Es más
bien en las noches cuando las moles de hierro se hacen presentes para los oídos
de los sonámbulos que ven interrumpidas por un rato sus cuitas de amor o de
dolor, quizás hasta el amanecer, momento en que el largo silbido de la
locomotora anuncia su partida.
Todo esto sucede cada día, entre
incertidumbres, ocasionales detonaciones y leyendas urbanas. El temor nos paraliza por un instante, y en
seguida la vida misma nos sacude, para obligarnos a seguir adelante.
Políticos van, políticos vienen, hay buenas
y malas administraciones, cuentas pendientes, lucha social; corrupción, plata o
plomo. Madres que rezan, padres que se
parten el lomo trabajando; niños que sueñan, y otros que venden sus ilusiones
por unos cuantos pesos a precio de
muerte. Hay planes sexenales,
presupuestos, desvíos y faltantes. Hay
votos que se dan con esperanza de un cambio, otros que se comprometen o se venden,
turbiedades y derroches millonarios de líderes perpetuos.
Tenemos calles amplias, solitarias a las
diez de la noche, tanto que cualquier paso provoca un eco sin fin. Hay risas infantiles y cantos, y enamorados que se
besan en alguna esquina. Tenemos viejos
que recuerdan, adultos que a ratos nos quebramos la cabeza pensando cómo
enderezar el país, cuando nada parece ser efectivo; hay jóvenes que sueñan y se
lanzan con toda la pasión de sus pocos años.
Tenemos un México formado por hombres y
mujeres que no se amilanan, que espantan el miedo y aguantan el llanto. Hay artistas y locos dispuestos a enarbolar
las causas justas y hablar por aquellos a quienes el dolor dejó silentes. Hay
grandes periodistas que cuestionan con riesgo de su vida, otros que prefieren no
mover las aguas.
Ése es nuestro México el que llora y
canta, que sufre y calla, que sigue adelante, sin importar cuánta carga
lleve encima. Es el México de nuestros
hombres tostados por el sol; las alegres mujeres; los niños con risas como
blancas mazorcas, y unos viejos de piel surcada por los años.
Es el México de padres y abuelos que
conmemoramos cada 2 de noviembre entre flor
de zempasúchitl, y papel picado; calacas irreverentes y humo de copal; fruta,
tamales y cruces de sal. Una fiesta que
se mete muy dentro a renovar el amor por la patria que no hemos de dejar morir,
la que nos dio cuna y memoria.
México de todos los días... de todas partes. Qué bonito artículo.
ResponderBorrarGracias por tu comentario Eréndira. Hay que pugnar por conservar estas tradiciones tan nuestras, heredadas de padres y abuelos.
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