domingo, 20 de enero de 2013

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza

DESPUÉS DE TI
Despedir a un amigo no es fácil, sobre todo cuando se le dice adiós para siempre.   Cierto, nos queda el consuelo de un reencuentro en otra dimensión, pero por lo pronto, en este tiempo y espacio sabemos que  no hemos de volver a encontrarnos.
   Hoy despedí a un amigo, el Licenciado Mario Héctor Jáuregui Padilla.  Tuve la oportunidad de acompañar a su familia en ese póstumo homenaje público al esposo, al padre, al abuelo.  De alguna manera las emociones que  embargaban a la familia nos alcanzaron a todos los presentes, y su llanto fue el nuestro.  Las palabras con que la hija y la nieta hablaron del ser amado desde la intimidad, guardaron absoluta congruencia con lo que fue en vida Mario Héctor, más allá de su núcleo familiar, como profesional, como ciudadano, como amigo.
   Conozco a su familia desde hace  casi treinta años, cuando llegué a Piedras Negras.  Inicialmente traté a su esposa Blanca Esthela, con quien a lo largo de todos estos años me ha unido, aparte de una linda amistad, el amor por la palabra escrita; más delante fui maestra de Celinda la   hija menor, y finalmente su primogénito Mario y yo compartimos durante muchos años la práctica médica dentro del Seguro Social.
   Conozco el desempeño que el licenciado tuvo dentro de la abogacía en esta frontera, pero mi trato hacia él fue como esposo de Blanca Esthela, a quien siempre apoyó en su quehacer literario.  Muchas habrán sido las ocasiones cuando la acompañó a eventos relacionados con su actividad artística dentro de los cuales también yo participaba, de manera que nunca dejó de sorprenderme el entusiasmo con que acompañaba a su esposa y se integraba al grupo de escritores en turno.   En diversas oportunidades cuando tuve ocasión de convivir con él observé la forma como rápidamente interactuaba de manera natural con cualquier grupo, siendo siempre alegre, divertido y bailador.
   Cuando un ser querido se va queda un gran vacío para todos, en particular para su familia.  Mario Héctor se fue sin mayores aspavientos, como quien  juega una broma a sus seres queridos para no dar tiempo a que le lloren; yo diría que así lo quiso en un último momento para que siempre lo recuerden sonriendo.  Habrá entonces  sido uno más de los incontables gestos de amor para esa hermosa familia que formó, y que hoy se ve en la penosa tarea de despedirlo.
   Lo único seguro en esta vida es la muerte, momento del que ninguno de nosotros habrá de escapar, por más que queramos evitarlo.   Cuando hayamos partido seremos recordados por algo  muy nuestro, que nos haya caracterizado a lo largo de nuestra vida.   De este modo hoy que regresé de ese significativo homenaje familiar lo hice segura de que él será recordado por el amor con que supo vivir hasta el último instante.   Amor a la vida; amor a su esposa con quien compartió  cincuenta y cinco años de matrimonio; amor a sus hijos.   Amor a todos y cada uno en sus personas, en sus obras, y en las familias que ahora  han ido formando.
   Aún en los momentos más difíciles cuando el dolor físico doblaría a cualquiera de nosotros, Mario Héctor conservó el entusiasmo, incluso la alegría que siempre  lo caracterizó.  Me quedo con la impresión de que se cuidó hasta el último momento por mantenerse alejado de cualquier imagen lastimera, como una forma más de amor a la vida.
   Viene a mi mente una canción del brasileño Nino Segarra, que han interpretado diversos cantantes, pero que en particular  me gusta en voz de José Feliciano.  Se intitula: “Después de ti”, y que  habla de una ruptura diciendo en el corrillo:
…Después de ti no hay nada
ni sol ni madrugada
ni lluvia ni tormenta
ni amigos ni esperanza.
Después de ti no hay nada
ni vida en el alma
ni paz que me consuele
no hay nada si tú faltas…
   Que, aplicada al caso del licenciado Mario Héctor Jáuregui Padilla, cambiaría para expresar que después de que parte un ser humano como él, que vivió de manera tan profunda la palabra “amor” con todo lo que implica, y que supo ser alegre siempre, aun  en medio de la tormenta, y que inyectó entusiasmo y trabajo a cada etapa de su vida, no nos queda más que  sabernos afortunados de recibir una lección con su ejemplo de vida.
   Y que con ese amor que siempre ofrendó a su esposa, debemos de entender que el matrimonio, aparte de sagrado, puede ser divertido, creativo y transformador.   Y que habiéndolo conocido como ciudadano del mundo, estamos obligados a seguir trabajando por hacer del planeta  un lugar mejor.
   Descanse en paz quien supo hacer de su vida un testimonio del más profundo amor.

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