No es fácil ejercer la autocrítica.
Antes de reconocer y aceptar que estamos en un error,
interpondremos una y mil razones para negar o justificar nuestro proceder.
Uno de mis grandes defectos es ser exageradamente puntillosa
con la palabra.
Siento como si el orden dentro del enunciado tuviera la capacidad para alterar el orden del universo.
Lo más grave, no me siento capaz de cambiar mi modo de ver
las cosas.
Esta semana dos hechos por demás bochornosos viajaron por
todos los medios de comunicación.
Un incidente lamentable fue el desatinado comentario de Luis
Walton alcalde de Acapulco, al minimizar
el caso de la violación de seis españolas: “Ocurre en todo el mundo”.
El otro, en el campo deportivo, se refiere a la señal
obscena que realizó Francisco “Maza” Rodríguez
al término del partido entre México y Jamaica, y que la televisión ha
reproducido hasta el cansancio.
Curioso, cuando salió a la luz pública lo que uno y otro habían hecho, en el primer caso el
alcalde pasó del despotismo al llanto.
En el segundo Maza no tuvo
lo suficiente para sostener su error, y mencionó que había sido algo causado
por una lesión en el tercer dedo de su mano derecha.
En una segunda instancia ambos reconocieron su lamentable
error, y aquí viene lo interesante, durante sus declaraciones públicas uno y
otro “OFRECIERON” disculpas.
Yo, que siempre ando viendo el origen y la intención detrás
de las palabras, me cuestioné: ¿Tan en desuso están las disculpas que hemos
olvidado si se piden o se dan?
Yo PIDO disculpas cuando reconozco que me equivoqué.
Las OFREZCO cuando yo
soy el ofendido y alguien me las pide.
¿Será un embrollo lingüístico, o será una cuestión
freudiana, y están poniendo cara de arrepentidos cuando en el fondo no sienten la necesidad de pedir perdón a nadie?...
Dejo la pregunta al vuelo.
Por lo pronto sírvame para justificar por esta vez mi actitud
quisquillosa frente a la palabra.
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