LENGUA E IDENTIDAD
En esta semana acaba de
celebrarse el Día Internacional de la Lengua Materna. En lo personal la ocasión me llevó a
preguntarme hasta qué punto se ha venido perdiendo ésta en nuestro mundo
actual. Una buena parte de casos ocurren cuando
las lenguas o dialectos se extinguen a consecuencia de la aculturación secundaria a la migración de grupos humanos
del campo a la ciudad o al extranjero.
Otra importante pérdida se produce entre quienes conformamos la gran
masa urbana y que hablamos un idioma manera cotidiana, por diversos factores.
Hace algunos meses, cuando tuve oportunidad
de visitar la región de Toulouse, en el
sur de Francia, conocí muy de cerca la historia de un anciano granjero, el
último hablante de occitano. Me
impresionó descubrir que una lengua iniciada allá por el siglo XI entre Francia
y España esté a punto de extinguirse para siempre, puesto que más allá de este
personaje, ya no hay otro hablante. Las
autoridades escolares de la región han buscado preservar de alguna manera la
lengua, pero en su expresión natural se habrá perdido a la muerte del último de
sus hablantes.
Algo similar sucede con diversas etnias en
nuestro país, que se vienen perdiendo con el tiempo y la incorporación al mundo
laboral; de manera lamentable muchas de
esas lenguas no han sido debidamente documentadas, y se habrán perdido para
siempre.
Sin embargo hay otro gran renglón que no
estamos atendiendo de la mejor manera, y es el relativo a la lengua materna
frente a las herramientas tecnológicas que la distorsionan, la rediseñan y la
globalizan, para encajar dentro de un
moderno arquetipo de comunicación. Hay
diversos recursos inéditos que contribuyen a expresar nuestros estados de
ánimo, un ejemplo de ellos son los emoticones que utilizamos para ilustrar nuestros mensajes electrónicos, y mediante
los cuales podemos manifestar una determinada emoción. Sin embargo tienden a volverse lugares
comunes carentes de autenticidad, que no dicen mucho de nosotros mismos a la hora de expresarnos.
De alguna manera el mundo se presenta ante
nosotros tan interesante como sepamos
mirarlo, y una ventana magnífica para apreciarlo es a través de la palabra,
tanto oral como escrita. La palabra
podrá presentarnos condiciones del intelecto o de la sensibilidad que de otra
manera no habríamos captado. A través de
la forma escrita nos hermanamos con personajes de otras latitudes y otros tiempos,
para intercambiar con ellos nuestro sentir o nuestros personales puntos de
vista. Sin embargo cuando la lengua se
va perdiendo, o estereotipando, o generalizando, comienza a desarrollarse una pérdida de
individualidad que finalmente nos lleva al hastío.
Al desaparecer la originalidad en la expresión de
nuestros estados internos, la vida pierde gran parte de su atractivo. Ahora que esto digo me parece encontrar una
explicación a un fenómeno tan común en el cine y la televisión que nunca he
acabado de entender. La mayor parte de
las historias están salpicadas de manera grosera y no justificada con grandes
dosis de genitalidad, se habla de órganos genitales, de actos sexuales, de sus
variantes, y en fin, detrás de cualquier
argumento se deja ver una notable exaltación de una función de por sí natural a toda especie viva. Ahora empiezo a entender que en aquella
pérdida de comunicación a través de la palabra, el principal órgano para
mantenernos en contacto con nuestros semejantes esté comenzando a ser la piel,
y nada más.
La lengua materna representa en buena medida
nuestras raíces; nos mantiene conectados con nuestros ancestros, de suerte que
podemos entender de dónde venimos y por qué somos como somos. A la vez que nos facilita entrar en
comunicación con nuestra descendencia.
Si se pierde la lengua materna llegará un punto de aislamiento total,
como nos presenta Bradbury en su novela
Farenheit 451, misma que tiene por
escenario de fondo un mundo en el que los libros está prohibidos, y los
habitantes de aquel mundo se van olvidando de razonar, de manifestar sus puntos
de vista, y de mostrar rasgos de personalidad propios .
La lengua materna es parte de nuestra
idiosincrasia. Preservarla es
mantenernos en este mundo como parte de una comunidad que comparte intereses. La Globalización tiende a borrar fronteras
geográficas y culturales, en cierto modo provocando una desazón interna, la no
contar con suficientes elementos para fincar una identidad.
Poder transmitir a las futuras generaciones
las historias que nos contaron nuestros padres y abuelos nos garantiza que la identidad se conserve.
Caminos para cuidar nuestra lengua materna
son procurar los libros; comunicarnos de manera verbal directa, poniendo
atención en nuestro interlocutor y en lo que decimos. Evitar caer en lugares comunes, y finalmente trabajar porque nuestro idioma no se distorsione.
De ello dependerá nuestra identidad como
personas y como naciones, no lo olvidemos.
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