UN MURO DE OÍDOS SORDOS
“Cómo pude llegar a ser una
persona mala, yo sólo quería ser una persona normal, que no pasara ningún mal,
pero lo tengo que hacer. Me han abandonado todos los que quería, me quitaron mi
vida y mi celular, en mi futuro ya no queda nada, no hay que vivirla, lo
siento”.
“Proceso” transcribe el
mensaje póstumo de una chiquilla de 13
años que se suicidó esta semana en la ciudad de Puebla. Un evento de esta naturaleza nos invita como sociedad a un examen de conciencia. Partamos del desglose de su texto:
“Cómo pude llegar a ser una
persona mala…” Queremos entender que la niña está convencida de que ya no es
buena. A los trece años tal concepto de
sí misma pudo venir de haber desobedecido a sus mayores, de haber hecho algo
que reconoce como indebido.
“Yo sólo quería ser una
persona normal…” Se antoja un escenario depresivo terrible; para ella sus actos
la han marcado de manera irreversible, todo está perdido.
“…que no pasara ningún mal,
pero lo tengo qué hacer.” Nuevamente se cuela entre líneas la sombra de un ente
que anula su voluntad, contra el cual
ella no se siente capaz de luchar, y que la compele a actuar aún en contra de sus deseos.
“Me han abandonado todos los
que quería…” Éste es el eje en torno al cual giran todos los demás
pensamientos. ¡Terrible! Ella se siente sola, abandonada por todos los que
formaban parte de su círculo afectivo; probablemente su familia, probablemente
sus amigos, algún novio. Como haya sido
la cosa, ella tiene esa sensación dolorosa de solitud, de abandono, al grado que
ya nada tiene sentido, ya nada vale la pena.
“Me quitaron mi vida y mi
celular….” Si estas palabras estuvieran dichas por el personaje de un Diderot contemporáneo,
resultarían jocosas, sobre todo porque
dan a entender que junto con su celular se fue su vida. Sin embargo se trata de una chiquilla que
finalmente se coloca un lazo en el cuello y se ahorca.
“En mi futuro ya no queda nada,
no hay que vivirla…” ¿Qué tenía esta niña deshecha aparte de su celular y del afecto de quienes
ahora parecen haberla abandonado? ¿Habría descubierto alguna vez que se tenía a
ella misma antes que cualquier otra cosa?...
“… lo siento.” Unas últimas
palabras que reflejan un total
abatimiento. Aún después del terrible daño
que siente que ha recibido, pide perdón ¿a quién?... a todos y a ninguno, a la
vida, a sus padres, a su abuela quien finalmente encuentra su cuerpo en la
escalera. Pide perdón al mundo por no
haber estado a la altura de los estándares que éste marca; nos pide perdón a
cada uno de nosotros por no descubrir a
tiempo la llave que detona la autoestima, que inspira a querer y cuidar la propia vida, y que espanta cualquier deseo perverso de matarse.
En el tercer milenio nosotros
los adultos muchas veces no hallamos cómo medirnos frente a nuestros jóvenes,
fundamentalmente en cuestión de
tecnología. Esto entorpece la
comunicación entre ellos y nosotros, resultando en que los conocemos poco, y no alcanzamos a
entenderlos, a interpretarlos.
Ellos pertenecen a la generación “Del
Milenio”, constituida por jóvenes que nacieron entre 1990 y el 2000, y que llegaron al mundo “con el chip integrado” en
cuestión de tecnología de punta. Para ellos la comunicación a través de las
redes sociales es tan importante, o en ocasiones hasta más importante que la
comunicación cara a cara, y si no asumimos esto no vamos a lograr entenderlos.
El Facebook tiene para ellos un valor primordial, llegando a ser en
muchos de los casos “el pobre sustituto del contacto humano”, como señala Juan
Pablo Carrillo Hernández en su colaboración: “Para aquellos que ignoran en el Facebook”,
publicada en la red.
De este modo lo que un joven
comunica por medios electrónicos es
trascendental, llegando a constituir en ocasiones el grito desesperado que se estrella contra un
muro de oídos sordos.
La tasa de suicidios se ha
disparado en los últimos años; algunos
estudios señalan que en el mundo hay un suicidio cada 40 segundos. Casos recientes describen a jóvenes con más
de mil “amigos” en Facebook, que colocan en su muro algo que sugiere una intención suicida, sin que ninguno de sus
contactos haga nada por impedirlo. Un
doloroso caso reciente, el de Claire Lin, una coreana que en su cumpleaños
31 fue ilustrando paso a paso su propio
suicidio para sus nueve contactos conectados, y terminó diciendo “Incluso
mientras muero, todavía quiero Facebook, el Facebook debe de ser veneno, jaja.”
Con seguridad la niña poblana
lo hubiera “texteado”, si tuviera su celular con ella, pues al parecer no
sentía merecer un abrazo siquiera…
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