LA GRAN TAREA
Es difícil no creer que después de esta vida haya
algo más, algo bello, además del reencuentro con los seres queridos que se nos
han adelantado. Difícil no vivir
aferrados a una esperanza, tomándola a cucharadas cuando nos invade la desazón.
Esta
expectativa ayuda a sobrellevar los inconvenientes del camino, da energía para
seguir andando.
Cuando
pequeña me imaginaba el paraíso como un espacio blanco y azul, pues blanco y azul
tenía que ser, con escalones, ángeles voladores con trompetas, y en el centro
de todo un padre viejo y bonachón que abría sus brazos para recibirme.
Con los
años ese escenario ha cambiado; los colores son distintos, los ángeles ya no vuelan
ni llevan trompetas, y esa figura parecida a la de un abuelo que no ha ido a la
peluquería ha sido sustituida por algo inabarcable desde los sentidos, pero que despierta una sensación única de paz.
Si
tuviera qué definir mi concepto actual de cielo, diría, un espacio el amor en
su forma más plena, donde se viva el placer con sabiduría, sin provocar daño a
uno mismo ni a otros.
Un sitio libre de sufrimiento.
Un mundo
en el cual podamos comunicarnos de manera tan eficaz, que no haya violencia en ninguna de sus formas.
…Donde
haya conformidad interna con lo que se es y lo que se tiene, de manera que la
propiedad privada y todos los males que derivan de su ávida consecución, y que
tanto han dañado a la humanidad, no prevalezcan.
Sueño un
cielo donde no haya ricos y pobres; ni poderosos y desposeídos. Un mundo con tal armonía dentro y en torno a
cada uno, que no quede espacio para albergar mal alguno.
Un lugar
donde se respete la vida en todas sus formas, en todas sus etapas, y se haga con entusiasmo y generosidad.
Un lugar
donde cada cual pueda ser y hacer lo que guste sin temor a dañar a terceros,
puesto que en su corazón privan la
justicia y el bien.
Luego de
todo esto volteo y veo mi mundo, y no puedo menos que entristecerme, pues tiene
muy poco parecido con el de mis sueños.
Nos ha
engullido el consumismo al grado de volvernos capaces de dañar a otros en nuestro desquiciado afán de poder y
posesión.
Utilizamos golpes antes que
palabras, y por impulso hasta matamos,
sin que medie la razón.
Nos va
consumiendo un acostumbramiento tal, hasta alcanzar un punto en el que
somos indiferentes ante la muerte de un
ser humano.
Surge una
apetencia insana que no se sacia con mayores bienes materiales, sino al
contrario, parece ahondarse entre más se posee.
Vivimos en
un mundo de falsos espejos que causan insatisfacción, de suerte que nos
lanzamos en pos de una imagen quimérica, hasta la anulación de la propia
persona.
Dentro de
ese gran vacío que llevamos dentro, confundimos afectos con sensaciones, y
hacemos de la piel un dios cruel que habrá de volvernos sus rehenes vitalicios.
La
comunión física deja de ser tal para convertirse en un aparador de obscenidades
sin sentido que cancelan la dignidad humana.
Probamos
aquí y allá, pero nada parece aliviar esa oquedad interna que nos va consumiendo
como mala yerba, poco a poco.
Y
dañamos, y gritamos; pintarrajeamos; destrozamos con violencia. Dañamos vidas y patrimonios de terceros
inocentes en descarga de nuestra rabia. Una rabia cuyo origen es la falta de amor propio.
Amenazamos, y proferimos, y maldecimos, y herimos. Arremetemos contra todo y contra todos, en
la casa, con la familia, en la vía pública, en el centro de trabajo.
Delinquimos,
y dejamos de prevenir la delincuencia; mentimos y encubrimos, y nos abstenemos de cumplir con la obligación de
denunciar y sancionar por temor, por
comodidad, por dinero.
Y así,
poco a poco, de mil maneras distintas, se va desdibujando aquel ideal de mundo
que alguna vez soñaron para nosotros padres y abuelos.
Y surge
el desánimo, el abatimiento, el “¿por qué yo?”, o “que otros cumplan, yo no”…
Y la
naturaleza sufre una merma, se daña el aire, se acaba el agua, se extinguen las
especies… El planeta comienza a parecer más un museo que un ser palpitante,
pero ni eso nos mueve.
¿Nada qué
hacer?... mejor sería morirnos. Hay
mucho qué hacer, cada uno tiene su frente llena de planes y proyectos; sus
manos cargadas de potencial creativo, sus brazos listos para abrirse y
acoger.
Tenemos
todo un camino esperando a la punta de los pies. Nuestros labios contienen palabras de amor secas por el ocio, y los ojos
conocen un brillo infantil que asustado corrió a refugiarse quién sabe dónde.
La gran
tarea, recomponer nuestro mundo comenzando por su corazón. Nos toca justo a nosotros empezar a hacerla, partiendo desde casa.
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