domingo, 26 de mayo de 2013

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza

LA GRAN TAREA
Es difícil no creer que después de esta vida haya algo más, algo bello, además del reencuentro con los seres queridos que se nos han adelantado.  Difícil no vivir aferrados a una esperanza, tomándola a  cucharadas cuando nos invade la desazón.
   Esta expectativa ayuda a sobrellevar los inconvenientes del camino, da energía para seguir andando.
   Cuando pequeña me imaginaba el paraíso como un espacio blanco y azul, pues blanco y azul tenía que ser, con escalones, ángeles voladores con trompetas, y en el centro de todo un padre viejo y bonachón que abría sus brazos para recibirme.
   Con los años ese escenario ha cambiado; los colores son distintos, los ángeles ya no vuelan ni llevan trompetas, y esa figura parecida a la de un abuelo que no ha ido a la peluquería ha sido sustituida por algo inabarcable desde  los sentidos, pero que   despierta una sensación única de paz.
   Si tuviera qué definir mi concepto actual de cielo, diría, un espacio el amor en su forma más plena, donde se viva el placer con sabiduría, sin provocar daño a uno mismo ni a otros.
Un sitio  libre de sufrimiento.
  Un mundo en el cual podamos comunicarnos de manera tan eficaz, que no  haya violencia en ninguna de sus formas.
   …Donde haya conformidad interna con lo que se es y lo que se tiene, de manera que la propiedad privada y todos los males que derivan de su ávida consecución, y que tanto han dañado a la humanidad, no prevalezcan.
   Sueño un cielo donde no haya ricos y pobres; ni poderosos y desposeídos.  Un mundo con tal armonía dentro y en torno a cada uno, que no quede espacio para albergar mal alguno.
   Un lugar donde se respete la vida en todas sus formas, en todas sus etapas, y se  haga con  entusiasmo y generosidad.
   Un lugar donde cada cual pueda ser y hacer lo que guste sin temor a dañar a terceros, puesto que en su corazón privan  la justicia y el bien.
   Luego de todo esto volteo y veo mi mundo, y no puedo menos que entristecerme, pues tiene muy poco parecido con  el de mis sueños.
   Nos ha engullido el consumismo al grado de volvernos capaces de dañar a otros  en nuestro desquiciado afán de poder y posesión.
   Utilizamos  golpes antes que palabras, y  por impulso hasta matamos, sin que medie  la razón.
   Nos va consumiendo un acostumbramiento tal,  hasta alcanzar un punto en  el  que somos indiferentes ante  la muerte de un ser humano.
   Surge una apetencia insana que no se sacia con mayores bienes materiales, sino al contrario, parece ahondarse entre más se posee.
   Vivimos en un mundo de falsos espejos que causan insatisfacción, de suerte que nos lanzamos en pos de una imagen quimérica, hasta la anulación de la propia persona.
   Dentro de ese gran vacío que llevamos dentro, confundimos afectos con sensaciones, y hacemos de la piel un dios cruel que habrá de   volvernos  sus rehenes vitalicios.
   La comunión física deja de ser tal para convertirse en un aparador de obscenidades sin sentido que cancelan la dignidad humana.
   Probamos aquí y allá, pero nada parece aliviar esa oquedad interna que nos va consumiendo como mala yerba,  poco a poco.
   Y dañamos, y gritamos; pintarrajeamos; destrozamos con violencia.  Dañamos vidas y patrimonios de terceros inocentes en descarga de nuestra rabia. Una rabia  cuyo origen es la falta de amor propio.
   Amenazamos, y proferimos, y maldecimos, y herimos.   Arremetemos contra todo y contra todos, en la casa, con la familia, en la vía pública, en el centro de trabajo.
   Delinquimos, y dejamos de prevenir la delincuencia; mentimos  y encubrimos, y  nos abstenemos de cumplir con la obligación de denunciar y sancionar  por temor, por comodidad, por dinero.  
  Y así, poco a poco, de mil maneras distintas, se va desdibujando aquel ideal de mundo que alguna vez soñaron para nosotros padres y abuelos.
   Y surge el desánimo, el abatimiento, el “¿por qué yo?”, o “que otros cumplan, yo no”…
   Y la naturaleza sufre una merma, se daña el aire, se acaba el agua, se extinguen las especies… El planeta comienza a parecer más un museo que un ser palpitante, pero ni eso nos mueve.
   ¿Nada qué hacer?... mejor sería morirnos.  Hay mucho qué hacer, cada uno tiene su frente llena de planes y proyectos; sus manos cargadas de potencial creativo, sus brazos listos para abrirse y acoger. 
   Tenemos todo un camino esperando a la punta de los pies.  Nuestros labios contienen  palabras de amor secas por el ocio, y los ojos conocen un brillo infantil que asustado  corrió a refugiarse quién sabe dónde.

   La gran tarea, recomponer nuestro mundo comenzando por su corazón.  Nos toca justo a nosotros empezar a hacerla,   partiendo desde casa.

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