domingo, 25 de agosto de 2013

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza

MALDAD: GRITO SILENCIOSO
A través de redes sociales cierto grupo de defensores de la vida animal solicitó con urgencia un veterinario para atender a un cachorro de alrededor de seis meses de vida en muy malas condiciones. Lo hallaron llorando de dolor, con huellas de haber sido torturado y su cola cercenada, lo que provocó una herida profunda hasta el hueso. La buena voluntad ciudadana permitió que en poco tiempo “Lucky” –como lo han llamado-- fuera atendido; aunque los veterinarios indican que la herida tiene ya varios días, y presenta complicaciones.
   Los hechos aislados que ocurren dentro de una sociedad dan cuenta del estado de la misma, de igual modo como una infección en la piel refleja el estado de salud del cuerpo entero, y a mayor grado de enfermedad sistémica, la cantidad de pústulas será mayor. Bajo este pensamiento, los actos de crueldad animal, como muchos otros fenómenos contemporáneos, hablan de una descomposición social que compete a todos, ante la cual no se vale ser indiferentes.
   Difícilmente existirá un grabado o un óleo del México antiguo en el que no aparezca un perro. Junto con el grupo de campesinos con sombreros de ala ancha que cargan su carreta, o al lado de las mujeres que salen de la tienda de abarrotes, o entre el grupo de niños que regresan de la escuela, la figura del perro callejero ha sido parte del paisaje urbano tradicional. Esos nobles animales de todos y de nadie sobreviven de milagro, pulguientos y flacos, pero siempre alegres, portando en su pelaje un mapa de marcas que dan cuenta del precio que han de pagar por su libertad. Suelen confiar en los humanos, pues están acostumbrados a su presencia, además de que en ocasiones reciben comida de su parte.
   En este doloroso caso habrá qué imaginar un perro callejero indefenso que se deja agarrar por un grupo de muchachos que lo someten, golpean y hieren con un objeto cortante hasta arrancarle el rabo. Terrible imaginar los aullidos de dolor del animal, y muy difícil creer que en ese momento ningún adulto haya escuchado nada. Más bien quiero suponer que en su molicie simplemente le hayan subido más el volumen a “la tele”, para luego ir a dormir sin remordimiento alguno, porque “aquella travesurilla es cosa de niños”.
   Detrás de la maldad de provocar un sufrimiento extremo a un ser vivo indefenso hay mucho qué analizar. ¿Qué impele a ese niño o joven a hacerlo? ¿Qué emociones busca él sentir o descargar por ese camino?... Si visualizamos el asunto a través de la ciencia, entenderemos que este acto aislado obedece a una necesidad enfermiza de ejercer el poder, que sucede dentro del círculo vicioso de maltrato en el que el ahora agresor ha sido a su vez víctima de violencia. Su búsqueda perversa de placer a partir del sufrimiento de otro ser vivo, deriva de la necesidad de sentir que puede controlar algo, en un medio social donde todo parece escapar a su control. Y es además el desfogue de una rabia crónica generada por el abuso del que ha venido él mismo siendo víctima.
   Ira y necesidad de poder, los motores que activan esta perversa conducta destructiva.
   Y tal como sucede en los casos de hostigamiento, uno es el que lleva la voz cantante, mientras que el resto del grupo se somete a su rol de autoridad. Hoy fue un perro, mañana un gato o una ardilla; más delante un niño o un anciano. Ciertamente no intentarían someter a un mastín o un gran danés; irán siempre contra creaturas más débiles, para no correr el riesgo de perder el poder.
   Este mismo agresor de perros o de gatos será mañana el esposo o el padre golpeador, o el ladronzuelo o el sicario para el que la vida no parece tener ningún valor, y que se la juega de manera absurda hasta que un día la pierde. Y ya cuando surge con este perfil extremo volteamos a mirarnos unos a otros preguntándonos cómo es posible que haya desarrollado tal grado de maldad.
   La falta de sensibilidad hacia otros seres vivos es expresión de un mal social que nos aqueja a todos. Parte de su origen proviene de la educación; un niño que crece en un ambiente disfuncional y violento, desarrollará conductas antisociales. Pero su origen responde además a su necesidad profunda de ejercer poder sobre aquello que le rodea, y siendo niño buscará seres vivos más pequeños que pueda someter. Y finalmente –se cierra el círculo—, está satisfaciendo esa necesidad de volcar toda la ira contenida.
   Detrás de los aullidos de dolor de “Lucky” está el sufrimiento de un niño cuya maldad es un silente grito de dolor, en el abismo del desamor y la indiferencia.

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