domingo, 10 de noviembre de 2013

AGUA MALA: Texto inspirado en la tragedia de Lázaro Martínez en La Pintada

Él no puede...
No puede creer que todo aquello haya sucedido.
La lluvia arreciaba desde hacía  un par de noches.  En cuanto despuntó la mañana él y  José  comenzaron a dar  vueltas hasta el  borde  de la hondonada para medir el nivel del agua.
   - ¿Cómo ves hermano?-- Aunque la diferencia de edad entre ambos era muy poca, Lázaro siempre había sentido por José un particular respeto. Tras  la muerte del padre de ambos, se fue volviendo  un experto en predecir cuándo llovería, o calcular año con año qué convendría sembrar  para la  temporada.
   Después de la última vuelta, cuando caía la tarde, Lázaro regresó a la casa preocupado, con una turbulencia en el corazón.  Como cada noche la oscuridad que invadía el caserío de La Pintada parecía engullir al pueblo  a ambos lados de la cañada.  En un rincón del  humilde jacal una  flama  tenía el encanto cotidiano de romper  la oscuridad.  Frente a la imagen de bulto de San Isidro bailoteaba  la  lengua anaranjada  dibujando mil reflejos multicolores sobre las paredes  del pequeño vaso de vidrio, algo que momentáneamente tranquilizó a Lázaro.
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 José llegó por él cuando los primeros rayos del sol comenzaban a perfilarse tras los cerros.  No había dejado de llover en toda la noche, y ahora parecía que la tormenta finalmente  les daría  una tregua, aunque José no se mostró muy convencido de que esto  fuera a suceder.  La  precipitación de las últimas horas los obligaba a evaluar qué era más conveniente,  si seguir allí o emprender la marcha sierra adentro.
   A esa hora el frío calaba muy hondo, y con las prisas esta vez no hubo oportunidad de calentar una taza de café, como acostumbraba a hacer cada mañana.
   Apenas iban llegando al otro lado del pueblo cuando un terrible estruendo  rompió el silencio de aquellas tempranas horas, como si el cielo se partiera en dos.   Ni uno ni otro lograron identificar con certeza de qué se trataba, y fue más por reflejo que corrieron hacia el punto de donde  aquel estrépito provino, seguido en cuestión de segundos de un creciente murmullo  de agua que corre.
   Lázaro jamás podría haberse preparado para lo que vieron sus ojos.  En el justo instante cuando dio la vuelta al final de la barda de la escuela, sintió como si  la misma muerte le saliera al encuentro de forma intempestiva  clavando fijamente su mirada desde el fondo de sus dos cuencas vacías.  ¡Su casa ya no estaba! El cerro se había desgajado, llevando con él todo el caserío.  En el tiempo que los hermanos demoraron en aproximarse al otro lado de la hondonada, la fuerza de la corriente había disminuido, pero en su superficie no alcanzaba a distinguirse otra cosa que no fueran unas cuantas ramas flotando.
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Él no puede...
   No puede creer que todo aquello haya sucedido.
   El muro de la iglesia parecía ser la única referencia que había quedado.   La cruz de la entrada  permanecía inclinada, como mirando con dolor  la tierra arcillosa que, con tanta humedad, al pisarla provocaba  la sensación de hundirse en una masa reblandecida y pegajosa. Desesperado comenzó a excavar con ambas manos tratando de encontrar quién sabe qué cosa.  Su hermano trataba de contener su agitación, pero Lázaro parecía no escucharlo, como embotado, pues ni el dolor provocado cuando  las uñas  fueron desprendiéndose a pedazos al  toparse con  tierra más firme, lo hizo detenerse.  Así, con las manos sangrantes siguió escarbando como topo, hasta terminar cubierto de lodo desde la cachucha azul de "Levy" hasta los  pies, imagen que en otras circunstancias hubiera resultado  cómica.
   No puede irse de allí, su figura parece anclada a la tierra.  El agotamiento invadió su cuerpo; para esa hora una multitud de vecinos se habían aproximado al lugar; los gritos y los llantos de los recién llegados se confundían con los estertores de la corriente furiosa, para ir a romperse   de cuando en cuando contra aquel sordo murmullo del fondo. Igual que él, nadie puede creer que esa parte del pueblo ya no exista, arrastrada por la corriente, y lo peor de todo, que haya ido a parar quién sabe a dónde.
   Cuando el cuerpo del ser amado queda insepulto, como sombra en la noche el dolor de la muerte sigue a sus deudos, que nunca terminan de llorarlo.
   Lázaro permanece sentado sobre el lodo rojizo, o tal vez se haya vuelto uno con la arcilla y la roca, inmóvil como estatua junto a aquel pedazo de tierra que alguna vez fue su casa. En su pasmo se niega a entender que todas sus memorias han sido arrancadas de cuajo para siempre jamás...
   ...Dicen que fue el agua con su fuerza.  Dicen que fue el agua mala.

Este texto fue inspirado por una fotografía de Bernardino Hernández,  publicada por AP.  Traté de contactarlo solicitando su autorización para publicarla junto con mi texto, perohasta hoy no  he tenido respuesta de su parte, por lo que no  me animé a incluirla.  Agradezco a Chico Sánchez su generoso apoyo  para contactar a Bernardino Hernández

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