ADULTOS
CHIQUITOS
Gilberto era un jovencito guatemalteco cuya edad ni
su propia madre recuerda con precisión;
ahora que debe cubrir los trámites legales de rigor, manifiesta que tendría unos quince, aunque lo registró con la
misma fecha que su hermano menor, quien tiene once. Con once o con quince, Gilberto no tenía edad
para lanzarse a viajar a los Estados
Unidos, donde planeaba ganar el dinero suficiente para atender la enfermedad de
su madre.
Los sueños
de Gilberto habrán comenzado a desinflarse en algún punto del desierto de
Sonora, donde cualquier ser humano corre riesgo de muerte, y más si va solo, y
más aún si es menor de edad. Habrá sido
un golpe de calor; habrá sido la deshidratación severa, o la hipotermia
nocturna… Sería un animal ponzoñoso, o alguna infección que pescó en el camino
y se agudizó en aquella solitud desértica… Nunca lo sabremos, nunca lo sabrá su
madre tampoco. Gilberto, de once o de
quince, para el caso da lo mismo, emprendió solo el viaje desde Guatemala, agonizó solo y solo murió
sobre aquel arenoso lecho de
muerte. Para cuando lo encontraron habían
pasado tantos días, que es poco probable
determinar la causa última de muerte.
Es uno de
los incontables casos de niños que se lanzan a perseguir el sueño americano, y
que en estas últimas semanas enciende un foco rojo, que da cuenta de una crisis
humanitaria de graves dimensiones.
Tratando de
ubicar este problema en el mundo en el que ha tocado vivir a nuestros niños, es muy claro que en esto de
la migración, una vez más, el niño se siente obligado a adoptar un
comportamiento de adulto, situación que a través del tiempo vamos propiciando
nosotros, quienes lo vemos crecer con
esta dolorosa carga adicional y no hacemos nada.
Viene a mi
memoria un antiguo comercial radiofónico de un analgésico infantil que decía: “Su
niño no es un adulto chiquito”, sin
embargo en el escenario en que se desenvuelven nuestros menores, las expectativas que la sociedad finca en ellos, sí van en buena parte encaminadas
a demandar un comportamiento de adulto,
muchas veces desde el nacimiento.
Días atrás me
topé con un artículo de alguna revista norteamericana de Psicología que me dejó
sin palabras; a partir de los índices que el autor daba de
homo, bisexualidad, y transgénero entre adultos de aquel país, llegaba a la conclusión de que nadie tiene
derecho a señalar un sexo de asignación a un recién nacido, porque es una forma
de violentar sus derechos.
Específicamente proponía que nos esperáramos a que el pequeño cumpliera dos o tres años en un limbo
genérico, para que a esa edad manifieste si se siente Juanito, Mariquita ó –acotación
mía-- “transformer”. ¿Tiene acaso un pequeño de pañales los elementos de juicio
para definir algo así…?
Hoy en día
ser niño implica mucha soledad, en algunos casos grandes responsabilidades
ajenas a la infancia ideal. En muchos casos los padres depositan en él grandes
expectativas, y lo ponen a competir desde edades muy tempranas, bajo la
consigna de ser siempre el mejor a toda costa. Ahí tenemos la alta tasa de
suicidio en adolescentes que presenta Japón, donde este afán de competencia
entre niños es la norma.
Por otra
parte el pequeño tiene libre acceso a la tecnología de punta en todas sus
variantes, dejando de lado hermosas oportunidades de disfrutar la naturaleza; correr y jugar al aire libre con otros niños de
su edad.
Muchas
veces lo sentamos frente al televisor “para que se entretenga”, pero no nos damos el tiempo de supervisar los
contenidos, de manera que el niño se la pasa en contacto con comedias idiotizantes
de producción nacional; con telenovelas cuyo común denominador es el abuso verbal, porque si no se están
gritando están llorando, y los parlamentos dan vuelta una y otra vez a los siete pecados
capitales en todos los tonos, colores y variantes… La televisión por cable tiene una
carga muy exagerada de violencia; de
modo que un niño expuesto a estos contenidos de manera indiscriminada puede interpretar que así de terrible debe ser la vida allá afuera.
Y por
supuesto, cualquier relación
interpersonal a los quince minutos termina en la cama, en un sexo salvaje…Y
luego nos alarmamos porque la niña de doce sale embarazada, o porque el
muchachito de trece se involucra sexualmente con un adulto, o porque el de primaria practica el “sexting”.
Hemos hecho
de nuestros niños adultos chiquitos; los hemos privado de buena parte de su
infancia; los hemos contaminado.
Gilberto sintió que era su obligación emigrar para trabajar y ayudar
con los gastos del hogar, y así perdió la vida.
Si nos deja
indiferentes estar perdiendo lo más valioso: ¿Queda algo por hacer…?
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