NUESTRO
MAYOR TESORO
Aun quienes no somos aficionados al fútbol, no
podríamos zafarnos del alud de noticias del
Mundial Brasil 2014, evento que hoy más que nunca ha servido para capturar nuestra
atención, distrayéndola de hechos trágicos,
como lo que ocurre entre palestinos e israelíes, que tantas vidas inocentes está
costando.
No es precisamente que ignoremos el problema humanitario, pero nos
invade la impotencia. ¡Vaya! Si no
estamos pudiendo con problemas nacionales como la corrupción o la delincuencia, ni sabemos cómo frenar la hecatombe de niños migrantes,
menos vamos a tener un plan que proponer para detener el genocidio en la Franja
de Gaza.
Es así que el fútbol adquiere un valor extra, al
distraer nuestros sentidos hacia otros asuntos, en un ambiente de camaradería y diversión.
El día de hoy se define quién será campeón del mundo para los siguientes
cuatro años, algo que sé porque vivo en el planeta Tierra, aunque no tenga un
ápice de afición.
Dentro de esas noticias que se generan en torno al
Mundial hay una que me impactó: En Tokio una fanática adolescente está viendo
el partido Alemania-Brasil con su familia y amigos; Brasil va perdiendo; ella
se angustia; sus compañeros se burlan de ella; se retira a su cuarto, escribe
un recado póstumo y se suicida…
Comenzó a dar vueltas en mi cabeza la palabra
“valor”, con relación al valor que llega a tener para determinada persona una
causa, un ideal, o la propia vida, a
grado tal de no dudar en terminar con esta última ante una ofensa.
Hoy en día las imágenes nos han rebasado con
mucho. Hallar en la prensa impresa o en
la red imágenes desgarradoras de eventos atroces se ha vuelto “muy normal”
(entendiendo la normalidad como el común de algo en el entorno que nos
rodea). Podemos encontrarnos un
preescolar a quien una bomba acaba de amputar ambas piernas, y en dos segundos
hemos borrado esa imagen para sustituirla por la de la fanática belga que iba a
ser modelo, pero perdió sus oportunidades al aparecer cazando en redes sociales. Y a los siguientes tres segundos ya estamos
viendo algún meme político, o qué sé yo.
Como bien dice el maestro Villegas al hablar de la
información en Internet, es como estar comiendo trigo en grano, y pretender que nos
alimentamos.
Fui una niña que creció entre adultos. Todas las mañanas mis papás leían el
periódico, y yo, no queriendo quedar fuera de la jugada, tomaba alguna sección
del diario y hacía lo mismo, y así fue como a los cuatro años me topé con una imagen que a la fecha no he olvidado, era la
fotografía de una niña menor que yo, que había muerto asfixiada por una bolsa
de plástico que ella misma se colocó en la cabeza. Han pasado más de cincuenta años de aquella
imagen, y confieso que la recuerdo a detalle.
Así era el impacto de una fotografía, de una nota,
en aquellos tiempos cuando la pieza de pan costaba veinte centavos; el litro de
leche ochenta; y un carro del año no
rebasaba los diez mil pesos. Ese era el
valor del dinero en tiempos cuando el
significado de una imagen, de una nota o de la vida se medía de otra manera.
En nuestro mundo actual, la vida tiene poco valor,
de manera que el chico no duda en jugársela de
modos insensatos, al considerar que en hacerlo pierde poco. Hallo que el consumismo ha tasado un precio
a cada cosa y a cada persona, mismo que está sujeto a la ley de la oferta y la
demanda. Y nosotros, como compradores,
vendedores y productos, estamos a merced de las cotizaciones del exterior, y seríamos capaces de cualquier locura con tal
de seguir en el mercado.
Acaba de darse a conocer una tendencia estética contranatural
y absurda: Someterse a cirugías que modifican la forma de los pies para que
estos se amolden mejor a los zapatos de moda.
Como médico me parece una total falta de ética acceder a practicar una
cirugía que va a alterar de por vida la anatomía de los pies, con muchas otras
consecuencias ortopédicas a la vuelta
del tiempo, sobre todo sabiendo que no hay manera de revertir este
procedimiento. Y las jovencitas que se
someten a esta cirugía poniendo por delante el “valor” de estar a la
moda sobre el valor de la vida y la integridad, son tontitas o no tienen ni diez
gramos de autoestima.
La autoestima es la raíz del valor: Nace y florece
en casa, en la medida en que un niño se sienta amado siempre, sin importar sus
características, sus limitaciones, sus acciones. Sentir que vale por encima de sus elecciones,
de sus fracasos, de las opiniones de
otros…
No perdamos pista: Que ni el fútbol ni nada obnubile
nuestra razón para cuidar con el alma lo que tenemos en casa, lo más valioso
del mundo, nuestro mayor tesoro.
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