domingo, 7 de diciembre de 2014

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza

LOS ZAPATOS DEL OTRO
Quienes expresamos nuestras ideas por escrito no podríamos arrancarnos el ser propio para plasmar nuestra opinión de un modo totalmente objetivo, desprovisto de ese sello personal que todo ser humano imprime a cuanto hace.  De esta manera, para expresar lo que voy a decir, debo partir de un hecho muy personal, me fascina la temporada navideña, que de alguna manera me remite a los años de infancia en la cual todo se hallaba revestido de una particular magia que no se manifiesta con tanta intensidad durante el resto del año.
Claro que la Navidad cuando uno llega a la edad adulta tiene sus bemoles, aunque conserve la magia: Hay gastos, aglomeraciones, y con tristeza, saldo rojo, por más que se han implementado programas preventivos para disminuir la tasa de accidentes asociados a conducir bajo los efectos del alcohol. 
En particular ese asunto de las aglomeraciones en los sitios públicos, con los consecuentes desórdenes de todo tipo, llega a exasperarme.
Esta mañana en el estacionamiento de un centro comercial tuve que esperar buen rato a que se desocupara un cajón para estacionarme, y justo cuando me tocaba ocuparlo apareció un vehículo en sentido contrario y simplemente lo invadió.  Esperé a que la conductora se apeara del vehículo para reclamarle su actuación, su respuesta fue por demás cínica, me vio, me escuchó, dijo “ni modo” y se alejó.
Siendo honesta, me quedé trinando, y en esos minutos me reproché a mí misma no tener la costumbre de proferir palabrotas, porque la ocasión lo ameritaba, pero en fin, para mi buena fortuna en ese momento quedaba libre  otro cajón más delante, y ya pude estacionar mi vehículo.
Entré a la tienda aún contrariada, y en el justo momento cuando tomaba un pasillo  sentí un fuerte golpe provocado por el carrito de mandado que llevaba   una mujer de mediana edad,   y andando  yo todavía como agua para chocolate, le señalé que se me había echado encima, que tuviera más cuidado.  Ella se detuvo y de inmediato se disculpó indicando que era ciega de un ojo, de modo que quedé fuera de su campo visual, lo que provocó el accidente. Me describió la forma como una infección adquirida en la infancia le había lesionado el nervio óptico, perdiendo la visión de ese ojo.  Terminamos platicando, y yo relatándole el motivo de mi irritabilidad, por el incidente del estacionamiento.
Me traje a casa una gran lección.  Es muy humano que acostumbremos juzgar y hasta condenar la conducta de otros partiendo de la propia persona: “yo en su lugar haría”, o “yo no haría”, y demás.  De hecho, esa costumbre de personalizar las cosas, se asocia a cuadros depresivos, pues si algo que otros hacen y de algún modo  me afecta,  lo tomo como si lo hicieran contra mí, voy a acumular sentimientos negativos y a ver dañada mi autoestima.
Una de las piezas clave en la situación política del país, es que sentimos que nuestros gobernantes carecen de sensibilidad para comprender al ciudadano de a pie.  Criticamos que con la mano en la cintura emprenden medidas que afectan nuestra economía más y más, pues ellos con sus salarios y prebendas jamás pasarán los apuros de un padre de familia de clase obrera, que por más que doble turno y trabaje en sus descansos, no logra darse abasto con los gastos del hogar.  Y sentimos que el presidente poco o nada se ha preocupado por acercarse con el corazón en la mano a los padres de los 43 desaparecidos, y que parece que vuelve a recurrir al discurso político en lugar de ponerse  en su lugar de forma auténtica y abrazarlos.
Esa misma falta de sensibilidad la hallamos en diversos lugares públicos, en particular en épocas como las fiestas decembrinas cuando surge la gran paradoja: Para festejar el nacimiento del que más nos ha amado, emprendemos la guerra contra el que se nos ponga enfrente, como si fuéramos dueños del planeta.
La lección que hoy aprendí, además, es que un individuo que arremete contra otros, primero que nada está enojado consigo mismo.  A mí me podrá durar tres o cinco minutos el mal rato que me provoca su conducta, pero él se tiene que aguantar a sí mismo toda una vida, lo que lleva a convertirlo en un círculo vicioso fatal.
Hoy me he propuesto no permitir que momentos negativos como ese  contaminen el resto de mi tiempo, pues no vale la pena.  Y que detrás de una agresión se oculta alguna situación que,  aun cuando no vemos o entendemos, existe y daña a esa persona que a su vez reproduce el  daño.

Ponernos en los zapatos del otro: Se dice muy fácil pero es una gran tarea, que como sociedad no nos vendría mal  comenzar a practicar en esta Navidad.

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