En otras y de un día para otro la mansedumbre del río se transforma y entonces se empieza a nadar en aguas turbulentas. Se nos pierde el rumbo, pareciera que la naturaleza conspira contra nosotros y ni siquiera pudimos advertirlo.
Nos sorprende la fatalidad y nos impide medir los riesgos los cuales apreciamos entonces generalmente magnificados. En esos momentos reconocemos nuestra vulnerabilidad y el temor de perder algo, a alguien o a nosotros mismos nos aterra.
Pareciera que la tempestad ha llegado para quedarse y nos sentimos totalmente a la deriva.
¿Quién no ha padecido algo así una o más veces en su vida? y cuantas veces quizá hayamos dicho: No puedo mas y si pudimos. Vulnerables si, pero al mismo tiempo con un espíritu que se engrandece y nos impide desfallecer, que nos eleva y nos mueve cuando nuestros pies no nos sostienen.
Siempre hay dentro de nosotros una fuerza que surge en momentos de debilidad, siempre hay alguien a nuestro lado que esté dispuesto a ayudar, a ser como dice la letra de una bella canción, cual un puente sobre aguas turbulentas, para encontrarnos tarde que temprano con el mar y con él llegar en suave oleaje a una orilla donde pueda el alma reposar.
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