domingo, 15 de marzo de 2015

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza

LEGADO DE UN JOVEN SUICIDA
Jake Bilardi, nació en Australia hace 18 años;  se incorporó meses atrás al Estado Islámico, y presumiblemente murió esta semana en un ataque suicida en la guerra entre Siria e Irak, cumpliendo la mayor aspiración de su vida.  Aunque, como una mala jugada de la misma vida, murió inútilmente, pues lo único que provocó del lado de Irak fueron algunos daños materiales, después de que tenía años fantaseando con ser un mártir yihadista.
Una historia como esta nos obliga a la reflexión, y nos recuerda un tanto a los autores del atentado del Maratón de Boston hace casi dos años.  ¿Qué lleva a un joven de clase media a fantasear febrilmente con convertirse en terrorista que da la vida por una convicción? Al formular esta pregunta surgen muchas más que difícilmente podremos contestar.  El blog de este joven pone en evidencia su aislamiento social y su  obsesión de abrirse camino hasta Siria para ofrendar su vida a Alá.  Los primeros comentarios  al respecto son de cuatro años atrás, y comenzaron a intensificarse en tono y frecuencia durante el último año, hasta que finalmente dejó Australia rumbo a Siria, para  incorporarse al Estado Islámico,  lo que condicionó que su pasaporte australiano fuera cancelado por su propio país.
Los comentarios son impactantes: Se refiere a los compradores durante una oferta comercial como “cerdos parlantes”. Habla de su país como “un sitio  lleno de corrupción e inmundicia, con gente loca a la que hay que decapitar.” Además revela sus planes de bombardear varios sitios públicos en Melbourne, y se refiere a Malala en términos peyorativos rematando con la idea de meterle diez balazos en la cabeza… Y así podíamos seguir con más de sus publicaciones que hablan de un joven cargado de rabia contra su propia gente, que definitivamente no cree en ella, y a la que desea aniquilar.
Lo primero que viene a la mente: ¿No hubo quién detectara lo que estaba sucediendo en la vida de este chico? ¿Ningún familiar, o autoridad escolar, o amigo que alertara acerca de sus planes…? Pero más allá había que analizar qué estado interno lleva a un individuo a rechazar y condenar todo cuanto le rodea, y soñar con borrar ese escenario por la vía violenta.
En lo que a nosotros corresponde, llama a revisar si no estamos criando niños a los que más delante,  de jóvenes se les instala un profundo vacío dentro del pecho, que finalmente los lleva, en el caso extremo, al estado que manifestaba Jake Bilardi en los últimos años.
Nos lleva a medir hasta qué punto estamos formando niños cuyas necesidades y caprichos son satisfechos de manera inmediata, de modo que aniquilamos en ellos la voluntad de establecer y alcanzar propósitos a largo plazo, además de que les apagamos toda capacidad de asombro.
Algunas veces interviene cierto grado de chantaje, producto de ese sentimiento de culpa que desarrollamos al suponer que no estamos a la altura de ser los padres que el chico quisiera tener y  conste, no digo los padres que el chico necesita.
Quizá rodeamos al pequeño de cosas materiales, y antes de que pueda decir “mi alma” ya corrimos con el montón de cosas para complacerlo, hasta volverlo un  pequeño tirano. Que coma lo que quiera; que haga lo que quiera; que duerma cuando quiera… Este niño consentido está pidiendo a gritos un marco disciplinario para su desarrollo psicosocial.
…No queremos que le dé el aire, ni que llore, ni que se mortifique.  Pretendemos hacer de él el niño más feliz del mundo, a un costo muy elevado para su vida futura.
Un adolescente aislado es síntoma de un problema de toda la sociedad, o fue rechazado, o se siente rechazado, o él mismo genera condiciones para que lo rechacen.  Es como si coloquialmente dijera: “Como no me aceptan, voy a dar suficientes motivos para justificar su rechazo hacia mi persona”.
Un adolescente que no parece hallar en su vida actual ningún motivo que le inyecte entusiasmo o ganas de vivir, se convierte en expositor de ese vacío que ha anidado en su biografía como ave de mala muerte.
Ese chico que sueña con dar la vida por una causa, lo hace gustoso de haber encontrado un motivo más allá de sí mismo que lo lleve a sentir que su vida tiene sentido.
Se necesitan padres y cuidadores firmes, conocedores, que entiendan que la educación no es “pasar el rato sin broncas y ya”.  Cada uno de nosotros está obligado a visualizar la trascendencia del propio actuar de hoy con ese niño que será el adulto de mañana.

Jake no logró sus fantasías de mártir suicida como lo soñó; nos deja en cambio un doloroso legado  que invita a evitar que en nuestro entorno cunda, como mala yerba un desencanto de muerte como el suyo.

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