domingo, 31 de mayo de 2015

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza

SARAMAGO Y LA ESPERANZA
Mi hijo Amaury me prestó  un libro de José Saramago que   recién terminaba de leer; dado su formato de bolsillo de la editorial Punto de Lectura la obra del portugués me acompañó en un par de  viajes que coincidieron con nuevos hechos cruentos en el país, territorio donde la muerte, definitivamente tiene permiso. “Las intermitencias de la muerte” es una novela de ficción que inicia con una frase muy sugerente: “Al día siguiente no murió nadie” para describir lo que ocurre en un país en el cual a partir del inicio del nuevo año la gente deja de morir, inclusive aquellos que estaban a punto de perecer se quedan suspendidos en una especie de limbo desde aquel momento cuando, sin que nadie logre explicárselo, la muerte se  retira del  lugar  por espacio de varios meses hasta que, del mismo modo misterioso como se anunció su retiro, tiempo después se avisa que la muerte se reanuda,  lo que pesca a la gente de sorpresa.
Frente a un libro tenemos la absoluta libertad de llevar a cabo  la lectura que  más se acomode a las circunstancias del momento, es por eso que hay libros que leeremos varias veces a lo largo de la vida, hallando en cada ocasión  distintos enfoques.  Con toda seguridad  será el caso de Saramago con su  atinada propuesta de que la muerte se cancela, algo irónico que hallé muy aplicativo a  nosotros en estos momentos:  En México la muerte ha dejado de tener sentido; el grado de corrupción que se ha alcanzado no podría tener otra explicación que la convicción por parte de los corruptos de que, como la muerte y el más allá que  enseñaban en el catecismo no existen, habrá  que aprovechar la vida y sus ofrecimientos hasta el último gramo, mientras se viva.  
De igual manera, a través de este supuesto se explican los actos que vienen proliferando a últimas fechas, que rozan con el absurdo, en los cuales la muerte  llega a ser el resultado final de una discusión entre  amigos, con la pareja o con el conductor de al lado; se nos ha agotado la capacidad de comunicarnos de manera verbal, y recurrimos a la violencia “tope donde tope”, así sea matando o muriendo por un argumento  hasta ridículo.  De igual modo la delincuencia organizada recluta jóvenes que aspiran a ser o tener aquella fantasía que ahora les deslumbra, sin que parezca importarles el hecho de que  en un par de años   puedan hallarse dos metros bajo tierra.
No creer en el rigor de la muerte es una forma de negarla, y negar la existencia de la muerte es romper un orden constituido ante la falta de un castigo por obrar fuera de lo establecido. En la obra de Saramago la carencia de muerte genera una singular serie de fenómenos sociales, políticos y económicos, se origina un nuevo estilo de vida al cual pronto se acostumbran las élites en el poder, así como  una organización de tráfico de moribundos que hace su agosto al transportar a los próximos a morir más allá de la frontera, cobrando por ello fuertes sumas de dinero, o extorsionando. De hecho  cada ciudadano deja de cumplir con sus obligaciones, a la vez que se permite conductas que en  otras circunstancias no intentaría, a sabiendas de que no habrá castigo eterno en ninguno de los casos.  Algo similar nos sucede como sociedad, cuando hemos desarrollado un concepto de moralidad acomodaticia, en la cual un mismo acto llega a ser muy distinto según quien lo cometa, de modo que el robo por hambre de un paquete de pollo  bien puede ameritar una sanción mayor que el desvío millonario de fondos del erario…El primer delito lo comete Juan Pueblo que, si no tiene cincuenta pesos para pagar el pollo para sus hijos, menos tendrá para costearse un abogado, en tanto el segundo lo comete un individuo bien presentado, ropa de marca, carro del año, que simplemente incrementa la riqueza que ya tenía, --malhabida o no, es lo de menos-- él si tiene para pagar abogados y cualquier tipo de autoridad que  haya que comprar.  De esta manera la justicia  llega a ser una concesión que se da al que mejor la paga, y se niega al que no tiene recursos para costearla, y así  las cárceles están llenas de pobres, en tanto  allá afuera dándose la mejor vida anda una horda de delincuentes cuyos delitos jamás serán ni siquiera  cuestionados.
Con los libros de autoayuda me pasa como con la cocina, no me gusta seguir recetas, ni para hacer un guisado ni para  descubrir el camino de la felicidad.  En cambio la buena narrativa así como la poesía son asideros que se ofrecen generosos para quien quiera  sujetarse a ellos en esos ratos cuando siente ahogarse.  Saramago es una excelente opción que nos lleva a entender   que no todo está perdido, y que seguir la lucha bien vale la pena

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