ROSTROS DESDIBUJADOS
En el curso de la
semana se detuvo en esta ciudad a una estudiante de secundaria quien durante las últimas semanas realizó alrededor de 70 llamadas al número de
emergencias local con falsos reportes, en particular de bombas en diversos
sitios públicos. Con cada reporte los cuerpos de seguridad están obligados a cumplir un protocolo de
investigación, pero al comenzar a sospechar
que fueran falsas, lograron dar con la joven delincuente quien a la fecha se encuentra resguardada en un centro juvenil. En redes sociales no faltó de inmediato
quien abogara por ella argumentando que es un inocente juego de niños; en lo
personal lo hallo como un asunto que vale la pena enfocar desde varios ángulos para crecer todos
como sociedad.
En situaciones
como esta, o como los casos de personas que ocupan un cajón para
discapacitados sin necesitarlo, y que caen dentro de los delitos que atentan contra
grupos vulnerables, he querido imaginar qué pasaría si pusiéramos al delincuente frente a las personas que
resultaron afectadas por su acción. Supongamos que un individuo que conduce
intoxicado, atropella a un jefe de
familia y lo deja lisiado de por vida… ¿Qué pasaría si en vez de la clásica
fuga y escasa o nula investigación la
autoridad consigna al conductor y lo lleva al lecho del propio enfermo para palpar
directamente la tragedia que provocó? Aun cuando hay personas insensibles a
este escenario, yo me animo a suponer que en general se propiciaría un cambio
de actitud en dichos delincuentes. Ahora bien, en el caso de la niña de
secundaria, si pudiéramos ponerla frente a la familia de un enfermo que
falleció porque la ambulancia no llegó a tiempo por andar
atendiendo llamadas falsas… Y si aquel que ocupa un cajón para discapacitado sin
necesitarlo, fuera puesto frente al rictus de dolor de una
persona quien al no hallar el cajón libre tiene que caminar una distancia mayor
de la que hubiera caminado si se respetaran los espacios… Quiero creer que al
ponerle rostro y nombre a las víctimas que hasta ahora no lo han tenido, la
sociedad tendería a humanizarse otra vez, algo que hemos venido perdiendo.
Hace rato fui a
una tienda de autoservicio, a la salida me llamó la atención ver mucha basura
en un par de carritos de mandado, incluso un par de vasos y una charolita
desechable con mucha lechuga, de alguien que comió tacos y dejó aquellos restos para que otra persona los tire a la basura. Probablemente se trata de un chiquillo que ni
siquiera pensó en las consecuencias de lo que hacía, esto es, darle a un
empacador voluntario que no recibe pago por hacerlo, el trabajo adicional de
disponer de estos restos alimentarios. Necesitamos
como sociedad comenzar a humanizar a esas víctimas anónimas que hasta ahora no
han sido más que sombras, cifras, estadísticas.
Un mal de
nuestros tiempos es que vivimos de manera agitada y como “zombis”, con los ojos
puestos en el celular; nos aislamos en medio de la muchedumbre, y dejamos de percibir todo aquello que se halla fuera de
nuestro espacio vital. Se ha perdido el
espíritu que privaba en muchas poblaciones hasta finales del siglo pasado; de
un modo u otro todos los habitantes se conocían entre ellos, lo que
representaba un buen principio para la convivencia respetuosa y pacífica. Hoy nos atropellamos unos a otros, nos
agredimos, nos descalificamos, y en lo último que se nos ocurriría pensar es en
los derechos de nuestros semejantes.
Hallé en redes un
cartón muy interesante que publica “Planeta Consciente” respecto a la memoria
colectiva. Se intitula “La memoria
colectiva siempre es de corto plazo”, y se refiere al pequeñito Aylan Kurdi que murió ahogado en el
Mar Egeo el pasado mes de septiembre, luego de que se volcó la balsa inflable en la
que viajaba en compañía de sus padres y un hermano. Lo que más nos impactó a
todos en su momento fue que vimos el rostro del pequeño quien yacía boca abajo
sobre la arena de la playa. El cartón al
que hago mención ilustra en nueve cuadros cómo con el paso del tiempo se va
desdibujando un primer dibujo hecho a todo
color, para terminar en el penúltimo como un simple bosquejo en tinta negra, y en el último como un cuadro en
blanco. Así, de ese modo como termina el pequeño Aylan en el cartón es como
tantas veces visualizamos a los demás en un mundo que promueve el egocentrismo
hasta aislarnos del resto del universo de manera casi patológica, al grado de
que nada parece interesarnos ni prender
nuestro entusiasmo.
Cada vez que yo
hago algo indebido, o cada vez que dejo de cumplir con lo que me corresponde,
alguien más, con rostro y nombre resulta
perjudicado. No debemos olvidarlo.
Estimada amiga,la gente es insensible a las acciones o consecuencias de los demás, el gobierno, negligente. Creo que este caso referido las autoridades amen de llevarla a un centro tutelar deberian de ver ¿por que esa muchachita tiene tan actitud sociopática?, creo que para mi, eso es lo mas importante.
ResponderBorrarTienes toda la razón. Detrás de este tipo de conductas suele haber una familia disfuncional. El jovencito es solamente el que expresa la disfunción.
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