domingo, 20 de marzo de 2016

VIÑETAS por María del Carmen Maqueo Garza


Escribir poesía es ir por la vida como va cualquier otro, el empleado de una fábrica, el ejecutivo de cuenta de un banco que llega puntual cada mañana enfundado en su camisa blanca y su corbata seria, o como aquella señora que espera en su vehículo a que pase la ristra de chiquillos rumbo al kínder…. 

Sólo que, la diferencia entre un poeta y uno que no lo es, radica en hallar música en cualquier cosa, sentir que te asalta un tropel de sensaciones con algo que ves frente a tus ojos y vuelves tuyo por un rato, para desmenuzar una a una sus emociones y apropiártelas;  hacerlas palabras, y versos, y música.

Escribir poesía es entonces terapéutico, pues comienzas a encontrar la vida más bella, --con música todo es más bello y más llevadero, eso lo sabe cualquiera--, y conviertes las rutinas aburridas como ir a comprar tortillas o a cargar gasolina, en una oportunidad para tocar con las puntas de los dedos ese Dios que vive dentro de nosotros, y que tantas veces  olvidamos.  

Cada uno de esos pequeños actos cotidianos se convierten en un poema, o en una canción, y comienzas a sentir que tener vida es un privilegio que no a cualquiera le es dado poseer, y te sientes feliz por ello, por atreverte a reinventar tu espacio, y sentir que eres más feliz que quien camina recogiendo la basura que otros lanzan a su paso, sin ojos para descubrir las flores del camino, las pequeñas flores de cada día, que crecen de manera graciosa en los sitios menos esperados, como éstas, ahijadas a un frío poste de concreto en cualquier esquina.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario