Dedico esta merecida poesía a todos los perros que he tenido y a los que siga teniendo después; pero no al que tengo ahora, porque yo he sabido de muy buena tinta que nunca se le pone a una calle, a una plaza, a un mercado, a una escuela, a un jardín, a un teatro, a un salón, a una calzada, a un pueblo, a una villa, a una ciudad o a cualquier otro edificio semejante, el nombre de una persona viva, sino hasta después de que se muere, y hasta he sabido también, no me acuerdo ni cómo ni cuándo, que allá en la antigüedad, mandaron matar antes de tiempo a un señor que querían mucho en una población, para poderle poner su nombre a esa misma población o a algún edificio o calle de la localidad.
Por eso no le dedico esta poesía al "Coliflor", que es el perrito que me acompaña últimamente y que, la verdad, me ha salido muy vivo, muy cariñoso y muy buena gente; pero no quiero que se me vaya a echar a perder dedicándole esta poesía.
Su inútil servidor: Margarito Ledesma, poeta de Chamacuero
Por eso no le dedico esta poesía al "Coliflor", que es el perrito que me acompaña últimamente y que, la verdad, me ha salido muy vivo, muy cariñoso y muy buena gente; pero no quiero que se me vaya a echar a perder dedicándole esta poesía.
Su inútil servidor: Margarito Ledesma, poeta de Chamacuero
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