EL MEJOR PILOTO
Haz de tu vida un sueño y del sueño una realidad.
Antoine de Saint-Exupéry
Antoine de Saint-Exupéry
Rubén es un joven emprendedor que busca llegar muy alto por la cima de sus propios sueños, explora diversas
posibilidades y generosamente me comparte sus impresiones camineras. En esta
ocasión habla con singular entusiasmo de
la función que tienen los sueños en la vida de un ser humano, y hasta dónde
pueden llevar los mismos a aquel que se
atreve a soñar.
El mundo avanza, las metas se van adecuando a los tiempos, y
hoy hablamos de emprendimientos, misiones, visiones, objetivos y niveles. Tal vez el sistema nos inclina a esquematizar
nuestros sueños personales, dentro de procesos de producción que faciliten su
medición, sin embargo no es la única forma para alcanzar las metas que nos proponemos.
La diferencia entre un sueño y un proyecto es que el primero
se alberga echando a volar la imaginación, y el segundo se concreta
aterrizándolo en la realidad personal.
Es fundamental que nuestros jóvenes tengan imaginación para soñar, a la
par de herramientas para armar un proyecto de vida al cual entregarse con toda
la pasión. Para ello la experiencia de los mayores les facilita la creación de proyectos factibles de llevarse a cabo. Lo que menos querríamos es que pasen a formar
parte de ese grupo de individuos que no han logrado convertir ese sueño en
proyecto, porque viven esperando que alguien venga a tocar su puerta para
descubrirlos.
Conchita es un ser humano excepcional a quien me precio de tener como amiga. Acaba de cumplir 95 años y lo ha celebrado
como las bodas de rancho, a lo largo de varios días. Admiro en ella haber llegado a esa edad, pero
más aún, las condiciones de salud y
lucidez en que lo ha hecho. Sin embargo
lo que más admiro, por encima de todo lo demás, es su particular entusiasmo por vivir que se manifiesta siempre que alguien
le pregunta cómo está, e invariablemente
contesta con un alegre “Muy
bien”.
Rubén es el adulto joven que se lanza en pos de sus
sueños. Conchita el adulto mayor que ha cumplido
esos sueños de manera sobrada, y que aún hoy se inventa cada día un motivo para
mantener mente y cuerpo activos, venciendo nuevos retos. Entre uno y otra nos hallamos el resto de los humanos, cada cual en un rango
de edad, con sus propias habilidades y limitaciones, pero sobre todo dejándonos
guiar por aquello que nuestro corazón señala.
No existe un límite para empezar a consolidar sueños, como tampoco para
cancelarlos y limitarnos a ver pasar la vida.
Ahora bien: ¿De qué depende que los sueños se transformen en
proyectos, y que esos proyectos se conviertan en consignas de vida? Cada uno de
nosotros es el resultado de multiplicidad de factores, estos intervienen desde
varias generaciones atrás para conformarnos y definir los elementos de nuestro
temperamento, y más delante de nuestra
personalidad. No hay sobre el planeta
dos seres humanos iguales, ni sucede que una persona actúe igual que otra, por
más que puedan tener un origen o una educación similar. Cada uno va perfilando su propia forma de ser
y marcando su huella muy particular a lo
largo de la vida, en los casos más
afortunados para el bien de la humanidad.
Los grandes iniciados fueron seres humanos que supieron
trazarse un proyecto de vida al cual dieron cumplimiento cabal mientras
vivieron, para ejemplos hay muchos. Pero
no nos vayamos tan lejos, en nuestra misma comunidad descuellan personajes
excepcionales, cuya vida ha significado una gran diferencia para quienes les
rodean, ahí están ellos con su claridad de pensamiento, su voluntad de triunfar
y una decidida búsqueda del bienestar colectivo. Están dispuestos a dar ese
punto extra más allá de lo que se esperaba que dieran, lo que finalmente hace
la gran diferencia. Y por el contrario,
tenemos a quienes van en sentido
opuesto, sin un proyecto concreto, faltos de entusiasmo, vivos porque respiran,
pero nada más.
Lo que somos hoy en buena medida está dado por nuestra
infancia. La educación recibida en el
hogar durante los primeros años de vida es la que determina qué buscamos consolidar como grupo humano, la altura de
nuestros sueños, pero sobre todo la envergadura de nuestro fuselaje y la
potencia del motor interno, que nos impulsa a seguir adelante en cualquier circunstancia. Así regresamos a ese tema tan necesario de
entender, la autoestima. Un niño que se
sabe amado por lo que es, se abastece de elementos para ser mejor. Un pequeño que se siente aceptado a pesar de
sus errores, aprende a amar, asume que todo
ser humano merece lo mejor, y apuesta a
favor suyo.
La autoestima es el corazón del mundo. Cuando descubramos dentro
de cada niño al mejor piloto, no habrá
sueño que no se convierta en un afortunado proyecto de vida.
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