domingo, 12 de noviembre de 2017

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza

EL MEJOR PILOTO
Haz de tu vida un sueño y del sueño una realidad.
Antoine de Saint-Exupéry

Rubén es un joven emprendedor que busca llegar muy alto por  la cima de sus propios sueños, explora diversas posibilidades y generosamente me comparte sus impresiones camineras. En esta ocasión  habla con singular entusiasmo de la función que tienen los sueños en la vida de un ser humano, y hasta dónde pueden llevar los mismos  a aquel que se atreve a soñar.
     El mundo avanza, las metas se van adecuando a los tiempos, y hoy hablamos de emprendimientos,  misiones, visiones, objetivos y niveles.  Tal vez el sistema nos inclina a esquematizar nuestros sueños personales, dentro de procesos de producción que faciliten su medición, sin embargo no es la única forma para  alcanzar las metas que nos proponemos.
     La diferencia entre un sueño y un proyecto es que el primero se alberga echando a volar la imaginación, y el segundo se concreta aterrizándolo en la realidad personal.  Es fundamental que nuestros jóvenes tengan imaginación para soñar, a la par de herramientas para armar un proyecto de vida al cual entregarse con toda la pasión.  Para ello  la experiencia de los mayores les facilita la  creación de proyectos factibles de  llevarse a cabo.  Lo que menos querríamos es que pasen a formar parte de ese grupo de individuos que no han logrado convertir ese sueño en proyecto, porque viven esperando que alguien venga a tocar su puerta para descubrirlos.
     Conchita es un ser humano excepcional a quien me precio de  tener como amiga.  Acaba de cumplir 95 años y lo ha celebrado como las bodas de rancho, a lo largo de varios días.  Admiro en ella haber llegado a esa edad, pero más aún,  las condiciones de salud y lucidez en que lo ha hecho.  Sin embargo lo que más admiro, por encima de todo lo demás, es su particular   entusiasmo por vivir que  se manifiesta siempre que alguien  le pregunta cómo está, e invariablemente  contesta  con un alegre “Muy bien”.
     Rubén es el adulto joven que se lanza en pos de sus sueños.  Conchita el adulto mayor que ha cumplido esos sueños de manera sobrada, y que aún hoy se inventa cada día un motivo para mantener mente y cuerpo activos, venciendo nuevos retos.  Entre uno y otra nos hallamos  el resto de los humanos, cada cual en un rango de edad, con sus propias habilidades y limitaciones, pero sobre todo dejándonos guiar por aquello que nuestro corazón señala.   No existe un límite para empezar a consolidar sueños, como tampoco para cancelarlos y limitarnos a ver pasar la vida. 
     Ahora bien: ¿De qué depende que los sueños se transformen en proyectos, y que esos proyectos se conviertan en consignas de vida? Cada uno de nosotros es el resultado de multiplicidad de factores, estos intervienen desde varias generaciones atrás para conformarnos y definir los elementos de nuestro temperamento, y más delante de  nuestra personalidad.   No hay sobre el planeta dos seres humanos iguales, ni sucede que una persona actúe igual que otra, por más que puedan tener un origen o una educación similar.  Cada uno va perfilando su propia forma de ser y marcando su huella muy particular  a lo largo de la vida, en los casos más afortunados para el bien de la humanidad.
     Los grandes iniciados fueron seres humanos que supieron trazarse un proyecto de vida al cual dieron cumplimiento cabal mientras vivieron, para ejemplos hay muchos.  Pero no nos vayamos tan lejos, en nuestra misma comunidad descuellan personajes excepcionales, cuya vida ha significado una gran diferencia para quienes les rodean, ahí están ellos con su claridad de pensamiento, su voluntad de triunfar y una decidida búsqueda del bienestar colectivo. Están dispuestos a dar ese punto extra más allá de lo que se esperaba que dieran, lo que finalmente hace la gran diferencia.  Y por el contrario, tenemos a quienes van en   sentido opuesto, sin un proyecto concreto, faltos de entusiasmo, vivos porque respiran, pero nada más.
     Lo que somos hoy en buena medida está dado por nuestra infancia.  La educación recibida en el hogar durante los primeros años de vida es la que determina qué buscamos  consolidar como grupo humano, la altura de nuestros sueños, pero sobre todo la envergadura de nuestro fuselaje y la potencia del motor interno, que nos impulsa a seguir adelante en cualquier circunstancia.   Así  regresamos a ese tema tan necesario de entender, la autoestima.  Un niño que se sabe amado por lo que es, se abastece de elementos para ser mejor.  Un pequeño que se siente aceptado a pesar de sus errores, aprende a amar,  asume que todo  ser humano merece lo mejor, y apuesta a favor suyo.
     La autoestima es el corazón del mundo. Cuando descubramos dentro de  cada niño al mejor piloto, no habrá sueño que no se convierta en un afortunado proyecto de vida.

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