domingo, 17 de diciembre de 2017

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza

NUESTRA CELEBRACIÓN
Me asombran los grandes viajeros que encuentran la manera de recorrer el mundo para adentrarse en los usos y costumbres de cada lugar.   Igual admiro a quienes han leído bibliotecas enteras, y llegan a conocer la forma de pensamiento de tantos hombres y de tantas culturas.  Todos ellos impelidos por una necesidad de descubrir y amar más la vida.
     Al margen de quienes buscan desentrañar los misterios insondables del universo, yo conozco la vida de otra manera, ella llega  para invitarme a descubrir manifestaciones de su esencia, y así, a través de esas pequeñas muestras de las grandes cosas, darme la oportunidad de amarla.   Imagino que mi ventana ejerce un efecto como de imán para la naturaleza, de modo que las cosas suceden justo ahí, al otro lado de donde yo estoy, para mi goce y  aprendizaje.
     Esta temporada del año tiene mucho que ver con nuestros deseos.  Los buenos presagios van y vienen en una y otra dirección, se expresan en saludos, en tarjetas impresas,  mensajes electrónicos y  canciones navideñas.  Deseamos lo mejor para nuestra familia y amigos, a la vez que tratamos de dar cumplimiento a ciertos deseos propios que se han ido incubando en nuestro interior a lo largo del año.  Tal vez un viaje, quizás el regalo de algo que hemos deseado y que finalmente nos obsequiamos.  Y del mismo modo así como parte de nuestros deseos se ve satisfecho, otra parte de los mismos se queda sin atender, y en medio de aquella algarabía terminamos la temporada con un sabor agridulce.
     Para poner las cosas en perspectiva respecto a esas insatisfacciones tan humanas, tan nuestras, llegó un gorrión a darme una gran lección hace un par de días.  Aprovechamos que el clima era benigno para regar las plantas del patio, y al terminar de hacerlo quedó un pequeño charquito sobre el cemento.  Momentos después apareció el  pequeño pardal  que se instaló en el charquito y comenzó a revolotear y revolotear con singular entusiasmo.  Se acomodaba para un lado y luego para el otro aprovechando aquel pequeño volumen acumulado, se acicalaba y  volvía a sumergirse dentro del menguante charquito. Supuse que se estaría raspando contra las rugosidades del cemento cada vez que se deslizaba de panza en la poca agua una y otra vez. Pero si alguna imagen de una avecilla feliz pudiera tener en mi mente, sería la de este chilero.  ¡Vaya! tanta algarabía armó que pronto se aproximaron los dos pájaros carpinteros que seguido me visitan, y en la escasa agua que quedaba buscaron hacer lo mismo.
     Después del disfrute visual vino la reflexión: ¿Acaso se necesita tanto para ser feliz? ¿Es obligado  emprender  grandes gastos para lograrlo? Lo glamoroso de la temporada nos atrae a todos –me incluyo en primerísimo lugar--, las luces, la música, los adornos navideños por doquier; los regalos, la ropa, los alimentos propios de la temporada.  Cada elemento es un atractivo que  atrapa nuestros sentidos, por supuesto.  Ahora habría que preguntarnos si es lo  fundamental de las fiestas, o si existe un sentido más profundo que debiera actuar como eje rector.  Y habría que cuestionar si en cumplir con todo lo externo estamos descuidando el motivo último de la celebración.
Cuando entendemos que Jesús, siendo rey vino al mundo de la  más humilde manera, para que los pobres no se intimidaran, podremos voltear a ver a quienes menos tienen y sentirlos como hermanos.  Y seguir adelante con nuestras fiestas como las hemos planeado, pero abrir un espacio en nuestro corazón y compartir una poca de nuestra abundancia, para aquellos que pasarán la Nochebuena como cualquier otra noche, con hambre, con frío, en soledad. 
     ¿Será realmente tan difícil compartir algo de lo que tenemos? ¿Tan complicado actuar desde la convicción de que todos podemos regalar un tanto que alivie a quienes  menos tienen? Y que esas personas poco favorecidas en lo material puedan sentir el amor de Dios en  esa pequeña dádiva.
     El hermoso gorrión pardo vino a mi patio en estos días para recordarme que la alegría de la temporada consiste precisamente en eso, en gozar lo que se tiene, en disfrutarlo con todo el entusiasmo que hay en nosotros.  Es contar nuestras bendiciones y dar un testimonio de agradecimiento al cielo, reconociendo lo afortunados que somos por tener nuestro propio espacio para gozar.
     No nos dejemos llevar por los apremios de la temporada hasta volvernos contradictorios: Nada cristianos al manejar, al desplazarnos en sitios públicos, al festejar, cayendo en ese contrasentido de celebrar de la manera menos cristiana el más grande amor cristiano.
     Yo me quedo con esa hermosa imagen de gozo y alegría grabada en mi mente para toda la temporada.  Les deseo que cada uno encuentre su propia gran inspiración para vivir esta celebración  de la mejor manera.

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