NUESTRA CELEBRACIÓN
Me asombran los grandes viajeros que encuentran la manera de
recorrer el mundo para adentrarse en los usos y costumbres de cada lugar. Igual admiro a quienes han leído bibliotecas
enteras, y llegan a conocer la forma de pensamiento de tantos hombres y de
tantas culturas. Todos ellos impelidos
por una necesidad de descubrir y amar más la vida.
Al margen de quienes buscan desentrañar los misterios
insondables del universo, yo conozco la vida de otra manera, ella llega para invitarme a descubrir manifestaciones de
su esencia, y así, a través de esas pequeñas muestras de las grandes cosas, darme
la oportunidad de amarla. Imagino que mi
ventana ejerce un efecto como de imán para la naturaleza, de modo que las cosas
suceden justo ahí, al otro lado de donde yo estoy, para mi goce y aprendizaje.
Esta temporada del año tiene mucho que ver con nuestros
deseos. Los buenos presagios van y
vienen en una y otra dirección, se expresan en saludos, en tarjetas
impresas, mensajes electrónicos y canciones navideñas. Deseamos lo mejor para nuestra familia y
amigos, a la vez que tratamos de dar cumplimiento a ciertos deseos propios que
se han ido incubando en nuestro interior a lo largo del año. Tal vez un viaje, quizás el regalo de algo
que hemos deseado y que finalmente nos obsequiamos. Y del mismo modo así como parte de nuestros
deseos se ve satisfecho, otra parte de los mismos se queda sin atender, y en
medio de aquella algarabía terminamos la temporada con un sabor agridulce.
Para poner las cosas en perspectiva respecto a esas
insatisfacciones tan humanas, tan nuestras, llegó un gorrión a darme una gran
lección hace un par de días.
Aprovechamos que el clima era benigno para regar las plantas del patio,
y al terminar de hacerlo quedó un pequeño charquito sobre el cemento. Momentos después apareció el pequeño pardal que se instaló en el charquito y comenzó a
revolotear y revolotear con singular entusiasmo. Se acomodaba para un lado y luego para el
otro aprovechando aquel pequeño volumen acumulado, se acicalaba y volvía a sumergirse dentro del menguante charquito.
Supuse que se estaría raspando contra las rugosidades del cemento cada vez que
se deslizaba de panza en la poca agua una y otra vez. Pero si alguna imagen de
una avecilla feliz pudiera tener en mi mente, sería la de este chilero. ¡Vaya! tanta algarabía armó que pronto se
aproximaron los dos pájaros carpinteros que seguido me visitan, y en la escasa agua
que quedaba buscaron hacer lo mismo.
Después del disfrute visual vino la reflexión: ¿Acaso se
necesita tanto para ser feliz? ¿Es obligado
emprender grandes gastos para
lograrlo? Lo glamoroso de la temporada nos atrae a todos –me incluyo en
primerísimo lugar--, las luces, la música, los adornos navideños por doquier; los
regalos, la ropa, los alimentos propios de la temporada. Cada elemento es un atractivo que atrapa nuestros sentidos, por supuesto. Ahora habría que preguntarnos si es lo fundamental de las fiestas, o si existe un
sentido más profundo que debiera actuar como eje rector. Y habría que cuestionar si en cumplir con
todo lo externo estamos descuidando el motivo último de la celebración.
Cuando entendemos que Jesús, siendo rey vino al mundo de
la más humilde manera, para que los
pobres no se intimidaran, podremos voltear a ver a quienes menos tienen y sentirlos
como hermanos. Y seguir adelante con
nuestras fiestas como las hemos planeado, pero abrir un espacio en nuestro
corazón y compartir una poca de nuestra abundancia, para aquellos que pasarán
la Nochebuena como cualquier otra noche, con hambre, con frío, en soledad.
¿Será realmente tan difícil compartir algo de lo que
tenemos? ¿Tan complicado actuar desde la convicción de que todos podemos
regalar un tanto que alivie a quienes menos tienen? Y que esas personas poco favorecidas
en lo material puedan sentir el amor de Dios en esa pequeña dádiva.
El hermoso gorrión pardo vino a mi patio en estos días para
recordarme que la alegría de la temporada consiste precisamente en eso, en
gozar lo que se tiene, en disfrutarlo con todo el entusiasmo que hay en
nosotros. Es contar nuestras bendiciones
y dar un testimonio de agradecimiento al cielo, reconociendo lo afortunados que
somos por tener nuestro propio espacio para gozar.
No nos dejemos llevar por los apremios de la temporada hasta
volvernos contradictorios: Nada cristianos al manejar, al desplazarnos en
sitios públicos, al festejar, cayendo en ese contrasentido de celebrar de la
manera menos cristiana el más grande amor cristiano.
Yo me quedo con esa hermosa imagen de gozo y alegría grabada
en mi mente para toda la temporada. Les
deseo que cada uno encuentre su propia gran inspiración para vivir esta celebración
de la mejor manera.
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