domingo, 16 de septiembre de 2018

PERSONALÍSIMO por María del Carmen Maqueo Garza

Estamos en el momento electoral cuando los votantes comienzan a descubrir que no todo lo que se dijo en campaña se podrá cumplir. Parte de lo que se dio por algo hecho comienza a ceder ante el rigor de la realidad

Lo anterior me da pie a reflexionar acerca de la palabra, o más bien, sobre  la decadencia de la palabra. De cómo la misma va perdiendo valor en el mercado de la comunicación.

“El hombre es su palabra”: Consigna que ha pasado a la historia junto con los grandes juristas del ayer. Hoy en día la palabra ha perdido seriedad, la utilizamos de forma vana. Con absoluta ligereza afirmamos que sí vamos a cumplir cosas que en realidad ni acaso consideramos. Habrá quien llame a esta falsedad “diplomacia”, yo lo considero falta de responsabilidad.

Empeñar la palabra debería de ser una cuestión de rancio honor. Sin embargo, en estos tiempos afirmar que se va a cumplir con algo es una frivolidad, es un salir del paso, un hablar por hablar.

La palabra de quien promete desempeñar un compromiso establecido, debería ser como la espada de Guadalupe Victoria. Habiéndola lanzado, habrá que ir en pos de ella con la vida misma, estar en los hechos a la altura de lo que lo que el  dicho propio ha señalado.

Nuestros tiempos parecen haberse quedado sin lugar para el honor y el cumplimiento. Prevalecen la promesa frívola y la falsedad.

Los sueños se construyen con palabras. ¿Qué pasa entonces si parte de estas son tramposas?

La comunicación tiende puentes a base de palabras. ¿Qué firmeza tendrán sus trabes, si una de cada dos palabras pronunciadas es mentira?

Corresponde, pues, ser cautos con los dichos: Los que se dan y los que se toman. Responsables en emitir y sensatos al escuchar las palabras, en un mundo que se puebla --cada vez más-- de ecos vacíos.





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