En un escalón --cualquier escalón de acceso a algún comercio que a esta hora aún no abre-- se halla el hombre. Es joven, aún así en su figura se condensa el México iluso de muchas épocas, formado por hombres y mujeres que han soñado con cristalizar un proyecto de vida allende la frontera.
Su indumentaria es gris, o tal vez así me parece. Bajo la cachucha están contenidos aquellos sueños que todos tenemos derecho a albergar, amén de la condición social de cada uno. Sueños que llegan a alcanzar tal intensidad que no se borran ni con la muerte. Sueños que se heredan como parte del legado familiar, de generación en generación.
No alcanzo a ver sus ojos, en este momento él tiene la mirada baja, puesta en ese plato que sostiene entre las manos, mientras conserva ambos codos apoyados sobre los muslos. A pesar de no existir conexión directa de su alma con la mía, su sola expresión lo dice todo, mientras devora con fruición algunos tacos. En cada bocado parece estar comiéndose al mundo, con un hambre vieja de justicia.
La actitud de un ser humano mientras come, sobre todo si lo hace en soledad, transporta mi fantasía a los primeros meses de existencia de cualquier ser vivo, cuando succionar la leche es lo que le permite sobrevivir, estableciendo de este modo su conexión con el cosmos.
¿Cuántos hombres grises, cargados de sueños bajo la cachucha de viajero, se hallarán esta misma mañana haciendo una pausa en ese vital cruce de caminos? ¿Cuántos finalmente lograrán cristalizar dicho anhelo, que a ratos sabe a río y otros más a triunfo; que puede calar como el desprecio, y que tantas veces lleva impregnado un olor a muerte… ¿Cuántos podrán conseguirlo al final del día...?
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