Tlalhuelilpan
Como un montón de chiquillos alegres, se les mira correr hacia la fuente generosa.
Hombres, mujeres y niños vestidos de colores, brincan como chapulines. Por momentos se pierden entre el verdor de las parcelas recién brotadas.
Cada uno lleva en el fondo de su bote o de su tina su propio espejismo. Parecen convencidos de que así ganarán dinero.
Maldita pobreza.
Los profesionales ya han llenado unos grandes bidones cúbicos. Pronto se retiran en sus vehículos motorizados.
Quienes llegan a pie se acercan a la fuente, ríen, se empujan uno a otro. Como niños escolares en recreo.
Comparten por celular la buena nueva a familiares y a vecinos.
Maldita ignorancia.
La ilusión del mexicano, del soñador al que cantaba Chava Flores, hoy tiene rostro y voz. Mora en el pecho de cada campesino, que celebra su San Juan en enero.
Grandes y chicos disfrutan gozosos de la travesura.
Grandes y chicos disfrutan gozosos de la travesura.
El grupo provee cohesión a cada uno de sus integrantes. Disipa la zozobra, diluye cualquier asomo de remordimiento.
Maldita imprudencia.
Maldita imprudencia.
El dios Huachicol es poderoso. Con su cohorte de demonios que cobran la factura. La cobran solamente a los más desposeídos.
Una chispa.
Nace el infierno.
La fiesta ha terminado para siempre.
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