Dentro del rescate de sus personajes literarios que emprende el Instituto Sonorense de Cultura, se halla un libro sobre Abigael Bohórquez (1936-1995), del cual me permito extraer un hermoso fragmento:
LAS VOCES MÍNIMAS
Señor,
esta noche besé tus pies de alba
y con la túnica triste que vestías
enjugué la franqueza de mi llanto.
Imaginé tu mano insospechada
que se vestía de un fulgor de pétalo
recién nacido a la aridez de suelo
y en la ceguera torpe de los secos
lagrimales del hombre, que te niega.
Las voces mínimas de mi intuición reptante
me gritaban:
Aquí está, siéntelo,
es una ausente presencia de latido que te rodea.
Tócalo.
¿Dónde está? ¿Dónde está?
Yo braceaba en el aire de mi cuarto,
quería asir la curva de sus piernas,
aferrarme a su aurora inexpugnable,
columpiarme en la luz de su palabra,
confundir el sudor de sus caminos
con lo ignorante de mis lágrimas.
¿Dónde está? ¿Dónde está?
Adivino el color de su presencia,
pero no el palpitar de su mirada
ni el respirar de carne de su pecho.
Señor,
manifiéstame el rayo de tu cuerpo
que no alcanza su imagen en el orden.
Delátame tus ojos submarinos.
Ay, pausado caminar de viento
llevando el polen de la semejanza
sobre el hijo del hombre.
Señor,
no quiero este vacío de mis huesos
si no ocupas la cárcel de mi espíritu
y bebes la sopa de mi plato.
Agradezco a mi querido Rubén el acceso a esta joya literaria.
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