Numerable, el día sucede al día, al año y, al cabo de un tiempo, a una vida.
Como gota a gota se va deshidratando el organismo condenado a su suerte: la bien sabida, la inevitable.
Célula a célula se va desintegrando, como la hoguera, que se reduce a nada al cabo de unas horas.
A punta de tijeras se va deshilvanando, poco a poco e irreversiblemente, la costura de la ropa que ha de abandonarse por innecesaria.
Poco a poco la casa se va también descuajeringado. En el jardín, otoño a otoño, los rosales envejecen.
El mar, entretanto, ola a ola insiste en borrar las iniciales que se escriben en la arena. Lo reconfirma el viento.
E ingente, el glaciar va desprendiendo, estruendo a estruendo, témpanos enormes de hielo inmemorial.
El sol, en su fulgor cuasi divino, se autoconsume con lentitud de eones: como a toda materia el tiempo, implacable, lo destruye.
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