jueves, 10 de junio de 2010

LA DELGADA LÍNEA PÚRPURA

CONTRALUZ Junio 13, 2010

María del Carmen Maqueo Garza

Regreso de despedir a María Elena, una compañera de trabajo muy apreciada; vengo todavía con los llantos de sus seres queridos pegados en el alma. Ella y yo compartimos distintas cosas, lugar de trabajo, amistades, pero particularmente compartimos luchas. Ahora que la veo partir, en medio del dolor que deja su muerte descubro una virtud muy singular de lo que fue su vida: No podrá ser recordada por otra cosa que no sea la bondad que imprimió a sus actos; por su trabajo dedicado y honesto; por su don de gentes. Porque fue la mejor hija; la mejor hermana; la mejor amiga.

Vida y muerte, la eterna dialéctica; el fin de nuestro ser material, ese epílogo natural de toda especie viviente, que tal parece que nunca acabamos de asimilar a cabalidad. Algunas veces, como ahora, estamos frente a un ser humano que concluye su estancia entre nosotros y avanza hacia otra dimensión sin cuentas pendientes. En el extremo opuesto, muchas veces somos acongojados testigos de situaciones donde la muerte presenta su faz más abigarrada, en un concierto de pasiones que frisan con la locura, y que nos lleva a preguntarnos en qué hemos fallado como sociedad. Viene a mi mente la película dirigida por el australiano Terrence Malick, "The thin red line" (La delgada línea roja); una variante argumental de la cinta bélica original estrenada en 1964 bajo el título: "El ataque duró siete días". Dentro de los diálogos de la misma deseo traer a colación uno que en estos momentos cobra vigencia al referirnos al estado de cosas en nuestra sociedad:

"Éramos una familia, tuvimos que separarnos y nos distanciamos, y ahora estamos en bandos enfrentados, nos arrebatamos la luz unos a otros. ¿Cómo perdimos la bondad que nos fue otorgada? La dejamos escapar, la desparramamos sin miramientos."

Las noticias que destacan en esta semana tienen qué ver precisamente con esa fina frontera entre la posibilidad de hacer algo, y realmente hacerlo. Una delgada línea que se cruza intempestivamente en un arrebato, cual movidos por una bestia hasta antes dormida dentro del propio ser. Varios eventos trágicos de los últimos días con mucho en común, ameritan un análisis: Hace un par de semanas en la línea divisoria entre Tijuana y San Ysidro el indocumentado Anastasio Hernández es capturado por una veintena de elementos de la Patrulla Fronteriza norteamericana quienes lo esposan, lo golpean y lo someten a cinco descargas eléctricas que finalmente le provocan la muerte. Una semana después, en los límites territoriales de ambos países, en Ciudad Juárez un niño de catorce años es ultimado por un disparo a quemarropa por un arma de alto poder, a manos de un agente de la Patrulla Fronteriza.

En la ciudad de Miami un hispano tras un disgusto con su novia cobra venganza matándola a ella y a otras tres personas, para luego suicidarse. Simultáneamente en el Distrito Federal un joven padre, después de versiones contradictorias y fantasiosas sobre el destino de sus dos menores hijos, confiesa que los asfixió "porque no tenía qué darles de comer ni manera de educarlos". El aspecto exterior tanto del presunto doble filicida, como de su esposa y los niños, no muestran signos que indiquen que los niños estuvieran pasando hambre ni cosa parecida. Ello lleva a suponer que más allá del perfil psicopatológico del padre, su proceder obedece a una "realidad artificial" que asume como verdadera, frente a la cual su situación personal se antoja paupérrima. Pertenece a una clase media baja con acceso al mundo globalizado, mismo que presenta, generalmente a través de los medios de comunicación, "realidades" infladas, quiméricas, ficticias, pero finalmente descorazonadoras. Cuando él se compara con lo que ellas muestran, se siente miserable dentro de su realidad personal.

Durante una reunión de la CEPAL (Comisión Económica para América Latina, filial de la ONU) en la ciudad de Panamá en abril del 2000 se analizaron los efectos que la globalización viene ejerciendo sobre la exclusión y la vulnerabilidad de la juventud, incluyendo el papel de los mensajes transmitidos por los medios de comunicación. Esto es, nuestro mundo propone con frecuencia prototipos nada sanos, apologías de diversos antivalores, con una sugerencia implícita de asumirlos en la propia vida personal. La juventud y una escasa formación moral son combinación propicia para ahijar estas perversas conductas sugeridas hasta llegar, como en estos lamentables casos, a muertes absurdas que nunca debieron ocurrir.

María Elena ha cumplido con la vida y parte serena. Nosotros nos quedamos escudriñando el mundo en busca de respuestas a eventos que parecen no tenerlas, problemas que a la postre se resuelven con inteligencia, con método, pero sobre todo con temor de Dios, que tanta falta nos hace.

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