domingo, 28 de noviembre de 2010

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza,


ENANOS POR LA PAZ
No deja de sorprenderme nuestro México noble y entrón… Ahora se estudia la creación de una instancia que regule al IFAI, porque los mecanismos de acceso al mismo son complicados y proclives al ocultamiento.  Con aquello del Presupuesto 2011, se conoció que en la Suprema Corte de Justicia  existe el concepto denominado  “ayuda para alimentos” equivalente a cinco mil pesos diarios.  No, no me equivoqué al escribir, cinco mil  pesos diarios, lo que  al mes equivale a ciento cincuenta mil pesos, y arriba de millón y medio al año…   Esto es al margen de salarios, viáticos, dietas, bonos, y por supuesto seguro de gastos médicos mayores…
   De pequeña tuve algunos libros infantiles  que aún recuerdo.  Uno entrañable era el de “Gulliver en el país de los enanos”, en una edición que me  trajo mi señor padre  de alguno de sus viajes; aún recuerdo las ilustraciones que mostraban a Gulliver como un gigante en el suelo y unos cuarenta enanos sujetándolo para que no escapara.
   En ratos así se me antoja nuestro México noble, en el cual hemos permitido que aparezcan algunos miles de gigantes dentro de una   aristo-burocracia costosísima que venimos cargando entre todos.  Y claro que en lugar de cuarenta enanos somos algunos ochenta millones los que quisiéramos someter a esos terribles tragones, frente a un panorama cada vez más doloroso.   La CONEVAL  presenta sus números, y descubrimos que de un año al siguiente nuestro país duplicó el número de mexicanos en pobreza extrema, y que la cifra promedio de pobres anda por encima del cincuenta por ciento de la población general.
   Haciendo números diríamos que  con lo que  aquel magistrado tiene para gastar en  comer un  día, alcanzaría para alimentar a cuatro familias de salario mínimo durante un mes. Y con lo que él percibe en un mes por este solo concepto, comerían ciento veinte familias, o sea seiscientas bocas durante treinta días.  ¿Es esto congruente?... Pero sobre todo, ¿es justo que sucedan estas cosas, paradójicamente, en el seno del máximo órgano de impartición de justicia de la nación?...
   Dentro de una sociedad consumista, los individuos se  valoran de acuerdo a  su poder adquisitivo; en general una persona se considera exitosa en proporción a sus cuentas bancarias, y así será tratada.  No nos extrañe entonces que  prevalezca la tendencia a querer ganar más cada día,  y que en el caso particular de nuestra aristo-burocracia de lujo, las percepciones que de suyo  alcanzan niveles estratosféricos, sigan creciendo.
   Cuando  vemos nuestra historia,  no identificamos en qué momento nació esa actitud tan arraigada de apocamiento frente al poderoso, sobre todo en esos ratos cuando parece que nada más agachamos la cabeza sin chistar.  Desde su palco impoluto el funcionario  jamás percibirá lo que el pueblo sufre, ni  conocerá de cerca la hediondez de quien no se ha bañado en dos o tres semanas  por falta de agua.  Nunca sabrá lo que es no tener un pedazo de pan para dar a sus hijos; lo que significa estar viejo  y pasar la noche tiritando en una casa de cartón; o  la  desesperación de tener un hijo enfermo y no   conseguir los cien o doscientos pesos  para comprar su medicamento.
   El ideal de justicia por el que nuestros revolucionarios dieron la vida parece letra muerta.   No encuentro palabras más apropiadas que “insensibilidad social absoluta” para calificar los excesos groseros de ese aparato burocrático que sin recato alguno pasea su molicie frente a familias cada vez más pobres y olvidadas.
   Los salarios de lujo de tales  funcionarios provienen de los impuestos de todos nosotros; son dineros que  representan enormes sacrificios de padres y madres de familia, quienes habrán de limitarse  en lo necesario para cubrir lo absolutamente indispensable. Familias que se alimentan con tortillas y pasta, pues ya hasta el frijol es un lujo; trabajadores que caminan veinte cuadras para no tomar el  camión, y  dar esos cinco o diez  pesos  a sus hijos que van a la escuela.  Entonces viene la pregunta: ¿Por qué el derecho a una vida digna no es de todos los mexicanos?  ¿Por qué esas desigualdades  cada vez mayores entre los que tienen en exceso  y los que ya nada  alcanzan?... ¿Por cuánto tiempo más?...
   Oficialmente está prohibido decir que  nos encaminamos rumbo a un estallido social, ciertamente algo que nadie desea, pero baste  ver la manera tan  desigual como se distribuyen los dineros del pueblo, para  entender que ese momento se ha venido gestando  mediante la injusticia y  el descontento de  crecientes sectores de la población.   ¿No es pues,  momento de hacer frente común e imponernos sobre los gigantes?  Por la vía pacífica y civilizada, pero urge ya poner un alto, antes de que la situación truene para todos,  enanos y gigantes por igual.

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