sábado, 1 de enero de 2011

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza,



ARRANQUE DE AñO
La magia de las fiestas decembrinas comienza a disiparse; dejamos atrás la algarabía, y quizás en estos momentos alberguemos en  nuestra anatomía  efectos de los excesos propios de la ocasión.   Hemos brindado con nuestros seres queridos al compás de las doce campanadas, y en nuestro interior nos hemos planteado propósitos para el año que inicia.
   Nadie lo duda, para  todos el que concluye ha sido un año difícil; somos aventuradas, cercanas a la excepción,  las familias que no hemos sentido de cerca el roce de la violencia en los pasados doce meses.  Conocimos historias dolorosas, de ciudadanos que de manera ingrata han sido  afectados en hechos relacionados con el crimen organizado.   Lloramos ahora a quienes ya no están con nosotros por causa de la violencia, en tanto por aquellos seres queridos que se fueron por causas naturales, vienen a nuestra mente dulces remembranzas.
   Es el momento de comenzar de nuevo, dejar atrás los fallos del año previo y proponernos vivir un tiempo mejor.   Es el espacio para hacer un balance en nuestro fuero interno, entre lo que nos propusimos ser y lo que logramos; entre lo que acertamos y lo que descuidamos; entre lo que hicimos y lo que dejamos de hacer.   Este momento de reflexión personal  es un alto obligado en el camino que el calendario nos permite hacer cada trescientos sesenta y cinco días, para vaciar nuestras mochilas de viaje, librarnos de viejos polvos, y reabastecernos de provisiones útiles para el siguiente tramo del camino.
   La condición cíclica y caduca de los seres vivos es una manera de la naturaleza para mantenerse   en las mejores condiciones.  Los árboles desnudan sus ramas con el invierno y se preparan para renacer; las pequeñas aves que los pueblan son las mismas a través de las estaciones, el canto es similar, sus gorjeos y vuelos iguales, sin embargo los seres individuales cambian.   Mueren unos y nacen otros para que la especie como tal continúe en óptimo estado. 
  Cada especie se somete a las leyes que dicta la naturaleza para su conservación, y sólo el ser humano se rebela contra este orden natural; se aferra al pasado de diversas maneras, y  se pudiera decir que deja de vivir su  momento presente tratando de regresar el paso obligado  del reloj.  No parece haber  comprendido que cada época tiene su propio encanto, y que asumirla con gracia es la mejor manera de vivir cada día.
   Ahora que tenemos frente a nosotros un año nuevo, revistámonos de la  humildad necesaria para reconocer nuestra  pequeñez;  pongamos de lado las máscaras del camino y perdamos por un momento la vista en el horizonte.   En un amanecer con su filo de luna brillante frente a la majestuosa alba mañanera, o en  un atardecer  que cual lienzo  venturoso se  engalana con pinceladas en tonos pastel.  Uno y otro son muestra clara de que el ser humano con todos sus avances tecnológicos no  alcanza a remedar   en forma alguna lo que nuestro Creador despliega para nosotros día con día.
   Momento de plantearnos metas asequibles, pero sobre todo metas  encaminadas al bien común.  Uno de los grandes lastres de nuestros tiempos es que el ser humano tiende a girar sobre sí mismo  en ociosa vanidad, absorto en su persona,  quizás sin percatarse de las necesidades de primer orden que otros sufren.  Se enfoca de manera innecesaria en la apariencia o  en  la comodidad; hace gastos tantas veces absurdos en lucir o en funcionar como si tuviera cuarenta años menos,  mientras desperdicia vivir y explotar las facetas propias de su edad, para así emprender una ruta generosa.
   Una de las condiciones    nefastas en nuestros tiempos es que se pretende  imponer las imágenes sobre los hechos,  las palabras sobre los hechos.    Se busca hacer caber las incongruencias de   la realidad en el reducido espacio de las apariencias editadas, maquilladas, recompuestas… Frente a estas condiciones es necesario plantear nuestros propósitos de año nuevo con una orientación humana, preocuparnos menos por la arruga naciente y más por el dolor de quienes sufren; menos por el vigor sexual y más por el fomento de un amor  a prueba del paso del tiempo, más allá del lecho, que como los buenos vinos, con los años alcance su excelencia.  
   Vivamos con la vista puesta más en el corazón que en las apariencias; más en las carencias de los demás que en los caprichos frívolos de la moda.   Si  de algo está enferma nuestra sociedad es del corazón, y hacia  éste deben enfocarse nuestros empeños, si es que queremos salvar a las nuevas generaciones del lastre del materialismo que nos tiene en las condiciones actuales. Momento de plantearnos propósitos de abierta generosidad, que traspasen las barreras del entorno personal, y comiencen a sanar al mundo.

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