SI TODOS LO HACEN
En el curso de la semana el diario local publicó una fotografía que me impactó: Muestra un perro con un marcado rictus de dolor, después de que quedara prensado entre la defensa delantera de un vehículo y la saliente de un muro. La explicación del fotógrafo, testigo fortuito de los hechos, es que el can dormía en el suelo, y cuando el vehículo se aproximó para estacionarse, el animal se incorporó, quedando atrapado entre el metal del carro y la pared. Debo confesar que me causó una gran pena observar el dolor en su gesto e imaginar cuál sería el desenlace, y si acaso sobreviviría… Unos minutos después me causó mayor sorpresa reconocer que en mi interior esta sola nota me había afectado más que dos o tres encabezados del día que daban cuenta de las narcofosas, los degollados y los baleados de la jornada anterior….
Por un momento pensé que me estaba volviendo loca, pues en verdad frente a la imagen fotográfica del perrito me parecía alcanzar a escuchar sus aullidos lastimeros, lo que ya no me sucede cuando recorro las notas que a diario nos lanza la prensa escrita hablando de muertos y heridos a causa de la narcoviolencia. Se ha ido generando un acostumbramiento terrible, de suerte que los hechos no nos mueven como antes. Cierto, las notas periodísticas que hoy llegan a la mesa familiar, hace dos o tres lustros se confinaban a los tabloides amarillistas altamente procurados entre las clases populares, de los que recuerdo el “Alarma” y el “Alerta”. No sé si su reclasificación y ascenso a primeras planas se deba a que los gustos cambian, a que ha crecido nuestra necesidad morbosa de reafirmarnos como seres con vida en este caos de sangre y muerte, o a meros motivos económicos.
Al finalizar sus estudios de Ingeniería Civil mi señor padre trabajó como residente de obra en Ixtapan de la Sal. Un grupo de militares resguardaban la zona. Me contaba que en cierta ocasión alcanzó a escuchar a un soldado pidiendo instrucciones a su superior respecto a un campesino al que habían sorprendido robando una vaca. La orden fue tajante, “fusílenlo”; quizás dudando haber escuchado correctamente, el soldado repitió la pregunta, y la orden fue la misma, “fusílenlo”. En lo particular es una anécdota que siempre viene a la memoria cuando me enfrento a las irregularidades que presenta el concepto “justicia” en nuestro país. Aquel campesino habrá sido fusilado por robar una vaca, mientras que en la actualidad tenemos casos de sicarios multihomicidas que reciben trato privilegiado.
Un eslogan lanzado a través de las redes sociales anuncia que el Posmodernismo habrá muerto a partir del próximo 24 de septiembre; todo ello como parte de una campaña publicitaria de un famoso museo londinense. En lo personal hay ratos cuando sí desearía que el Posmodernismo muriera, pues su existencia ha traído uno de los mayores problemas sociales de la historia, la creación de una plutocracia y sus funestas consecuencias. El término Plutocracia describe la élite de poderosos en lo político y lo económico, que se sitúan en la punta de la pirámide de cualquier grupo social. A ellos, y sólo a ellos, como modernos dioses les está concedida la prerrogativa de la incongruencia; esto es, si soy poderoso digo una cosa, es más hasta ordeno que se cumpla dicha cosa, pero yo no la llevo a cabo. Esta incongruencia entre el dicho y el hecho ha dado pie a las mayores inequidades de nuestros tiempos.
Al que mata una vaca que lo fusilen; al sicario que asesina con singular brutalidad a cien, trescientos o quinientos seres humanos, que se le dé un trato digno, que se le concedan atenuantes, que se le permita acogerse a Derechos Humanos, y que esté en posibilidades de escapar de prisión, así sea ésta de alta seguridad…. En este mismo tenor rendimos pleitesía a la palabra del poderoso, aún cuando sepamos que está totalmente apartado de la verdad. Actuamos movidos por el temor al poder, no por amor a la verdad.
En estas fechas está en el ojo del huracán el endeudamiento histórico del estado de Coahuila, a través de unas finanzas que no entendemos, que no se han justificado, que simplemente no cuadran, pero eso sí, que tendremos que echarnos a cuestas todos los coahuilenses por los próximos treinta años. ¿Qué pasó?... “Nada grave” dicen los involucrados con total impudor. Una vez más esa incongruencia que tanto nos daña.
Seguimos siendo muchos los que tratamos de no caer en la nefasta incongruencia, aunque quizás el día de hoy haya dos o diez, o cien que se den por rendidos, agotados de luchar contra molinos de viento y digan: “Si todos lo hacen, ¿por qué yo no?”....
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