¡VIVA MÉXICO!
Estos días despiertan en todos nosotros un sentido patrio muy particular. Sucede como con las fechas familiares que venimos celebrando desde la infancia, aún cuando nos propusiéramos evitarlo, dentro del pecho bullen memorias muy íntimas que activan emociones más allá del libre albedrío. Un brillo inusual llega a nuestros ojos a la vista del lábaro patrio ondeando a la distancia, símbolo de aquello por lo que muchos hombres y mujeres dieron la vida sin dudarlo. El espíritu de fiesta nacional con sus vivos colores, su música y los aromas a fritangas, elotes y canela, mezclados con el olor a pólvora se cuela por puertas y ventanas hasta llegar al seno del hogar, haciéndonos experimentar una particular emoción por el simple hecho de haber nacido en suelo mexicano.
Los últimos años han sido difíciles para quienes vivimos en este país; todos nosotros en ratos de dificultad o angustia hemos expresado malestar y hasta inconformidad por el actual estado de cosas, en particular frente a fenómenos que nos ponen a temblar, como son la violencia y la corrupción, dos grandes males que han hecho nido entre nosotros, y van debilitando las diversas estructuras sociales, lo que en ratos nos lleva a temer un colapso general que haga rodar por los suelos las ilusiones de nuestros hijos.
A pesar de todas las dificultades, y de tantas y tan groseras incongruencias de nuestro sistema, hoy es tiempo de celebrar la mexicanidad. Ese fervor patrio que corre por nuestras venas se ha ganado un lugar por derecho propio, esa única sangre mestiza que nos lleva a enfrentar la vida en un canto, aún en los momentos más críticos.
Hoy quiero celebrar a los niños cuya risa transparente se vuelca en campanadas para mi ánimo. Esos pequeños de ojos vivaces y profundos tan negros como el carbón, cuya mirada nos vacuna contra cualquier conato de pesimismo.
Quiero festejar a los jóvenes que han aprendido a salir adelante con la sombra de la violencia plantada a su lado. Ellos no se muestran dispuestos a permitir que ésta arredre su alegre convivencia, por lo que no dejan de creer, de soñar y de bailar.
Hoy alzo la voz por las madres cuya generosidad no conoce el reloj. Ellas cuyo día inicia y termina con el cielo oscuro; las que multiplican los centavos para hacer milagros en la mesa familiar, y que aún tienen tiempo para reír y para amar.
Hoy brindo por las abuelas cuyas manos conocen de plantas, de tejidos y de guisos; ellas, las encargadas de ir depositando historias y cantos en la castaña de la historia familiar, para desde hoy ponernos a salvo de la fría desnudez de la desmemoria.
Hoy celebro a los hombres de trabajo por su empeño, su constancia y su fortaleza; a los de la obra, los de la fábrica; los maestros, los empleados, los profesionales, cuya fe me lleva a seguir creyendo que existe un camino recto que nos habrá de sacar adelante.
Festejo a nuestros viejos de corazón alegre, quienes a la vuelta del tiempo emprenden el regreso a la casa de la infancia, con una sonrisa en su rostro. A ellos que saben alegrarse con lo más simple, y hasta contagiarnos su entusiasmo.
Junto con México festejo la fuerza del desierto; la altura de las montañas y la vastedad de los océanos. Celebro a los recién nacidos que renuevan nuestra promesa de vida. Lleno mis pupilas de verdor, de mar, de sol; de pueblos perdidos con casitas encaladas, tejados rojos, y patios de tierra, donde lucen abarrotados un montón de botes de lámina en los cuales la naturaleza se prodiga alegremente. Gozo el color, la música, el silbato del tren cuando anuncia su paso. Amo la variedad de platillos que vuelven festín la feliz combinación de los más sencillos ingredientes; el pico de gallo que grita “bandera, bandera”; el frescor de la jícama y el sabor agridulce del limón.
Me fascinan los murales de Rivera; la fantasía de Remedios Varo; el Huapango de Moncayo; las marimbas chiapanecas y la arquitectura colonial. Me atrapa la explosión de colores en las figuras huicholas, los deshilados michoacanos, y los elegantes bordados yucatecos.
Admiro las manos mexicanas que construyen, que pintan, que crean colores y texturas… Las que exploran, las que se alzan a favor de la justicia; las valientes que escriben y denuncian… Las del padre más templado, que se quiebran cuando carga por primera vez a su hijo recién nacido.
¿Cómo no voy a sentir a mi México muy dentro, como un río de vida que me renueva? ¿Cómo no voy a emocionarme hasta las lágrimas cuando la miro a ella, mi bandera, ondear desde lo más alto orgullosa y libre?... ¡Viva México! ¡Viva México! ¡Viva México!
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