domingo, 18 de diciembre de 2011

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza

NAVIDAD EN FAMILIA
Me he propuesto encontrar un nombre para  ese conjunto de signos y síntomas que inician cada año,   en el mes de diciembre, y que se  disparan a mediados de mes, coincidiendo con el pago de aguinaldos.   Las manifestaciones más evidentes incluyen impulsividad en el comprar; irritabilidad; impaciencia, y  tendencia a la ira.  A las personas afectadas por dicho mal de temporada las vemos transitar por calles y avenidas precipitándose en cada crucero,  denotan una inusual urgencia de llegar quién sabe a dónde, pero antes que cualquier otro, por lo que –quiero suponer--, así se atravesara  frente al vehículo su propia madrecita, se la llevarían de encuentro, con tal de ganar tiempo.
   En lo personal siempre me ha intrigado ese conjunto de actitudes, y he tratado de ponerme en los   zapatos de quienes lo padecen  procurando entender sus motivos, y  averiguar además si   comprenden que los más afectados con esa actitud son ellos mismos.   Los demás probablemente tengamos que tolerarlos un instante, pero ellos tendrán que hacerle compañía  a su propio enojo, día con día ¡puf!.
   Pero volviendo a este síndrome decembrino tan característico,  resulta muy  común en quienes lo padecen lanzarse para ganar lo que sea a cualquier costo.  El fajo de billetes en los bolsillos  parece inyectarles una energía descomunal, y se lanzan afiebrados  a los centros comerciales a gastarlo, muchas de las veces de manera irracional.
   Vemos que  ocupan sistemáticamente los cajones de discapacitados, se cruzan con el semáforo en rojo, o rebasan por la derecha, personas que el resto del año mantienen  una relativa obediencia a las normas ciudadanas.   Dentro de las tiendas de autoservicio  van con el carrito de compras a 80 kilómetros por hora, llevándose de encuentro a  cualquiera que no les deje la vía libre, y en fin, lo increíble del caso es que lo hacen movidos por la precipitación de prepararse para  celebrar la Navidad.
   La Nochebuena es una de las fiestas cristianas más importantes de Occidente, aunque el desarrollo de la “aldea global” ha llevado a que también se celebre en Oriente, digamos en Tokio, aún cuando el cristianismo no haya alcanzado una importante penetración en  la nación japonesa.  Tradicionalmente el nacimiento del Señor despierta en nosotros particulares sentimientos de amor,   y el deseo de compartir con familiares y amigos.   Las “posadas” que tuvieron su origen en la época de la Colonia  a manera de preparación espiritual durante los días previos a la Nochebuena, recordando el viaje de José y María a Belén para cumplir con los designios de la época, han dejado su cariz religioso para convertirse en “tomadas” o “tronadas”, con un incremento importante en los accidentes automovilísticos al conducir en estado inconveniente.
   Del mismo modo, ese Niño Dios que elige nacer entre pajas para convertirse así en el Salvador de todos nosotros sin distinción, ahora nos lleva a excesos de todo orden, muy en particular monetarios.  Trayendo dinero en el bolsillo queremos comprar el planeta, y no reparamos en gastos, lo que finalmente tiene un costo muy elevado en el mes de enero, cuando andamos sufriendo por los desórdenes financieros de fin de año.
   Entonces, del total de la temporada pasamos una parte enojados, irascibles, arremetiendo contra el que se nos cruce enfrente, otra más sufriendo y lamentándonos por haber gastado de manera poco  inteligente  nuestro dinero, y una  última sumidos en los excesos,  lo que deja un muy pequeño espacio para lo que en justicia debe ser el motivo  central de la celebración, la venida al mundo de Aquél que prodigó en nosotros el amor más grande.
   Vaya pues una exhortación a volver los ojos al verdadero significado de la Navidad, y a partir  del mismo comenzar  a  hacer de nuestra familia una verdadera comunidad de amor.    Alejémonos por esta vez del sentido mercantilista de la temporada, y comencemos a regalarnos unos a otros aquello que en verdad trasciende, un poco de nosotros mismos, de nuestra atención, de nuestro tiempo.
  En el bullicio de la temporada se nos olvida que  a la larga el amor más sincero y profundo lo proporciona la familia,  cierto, con sus limitaciones y defectos, pero dentro de la familia encontraremos el apoyo más auténtico y fortalecedor en las horas difíciles.  ¿No es, pues, momento de comenzar a practicar desde hoy  la armonía en la convivencia?...
   Vayan mis mejores deseos para que al término de la temporada  nos encontremos con menores apuros económicos y mayor tranquilidad como personas.  Que vivamos a lo largo de cada día una época de honda alegría y  sano esparcimiento, que nos  proporcione la apertura espiritual para acoger el verdadero sentido de la Navidad.  ¿El nombre del síndrome de temporada?...  Tarea pendiente para el próximo año; siempre he sido pésima para los nombres.

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