DE CARNE Y HUESO
“Miguel despertó contento aquella mañana; sintió cosquillas en la nariz conforme la suave brisa que se colaba por la ventana venía a chocar contra su cara. De un solo salto se puso de pie y se plantó frente al espejo para asearse. Se siente bien estrenar camisa, pensó mientras se apresuraba a peinarse y a calzarse los zapatos recién boleados.
Un jugo de naranja, un beso de la madre y su portafolio. Acto seguido salir corriendo para alcanzar el camión en la esquina. Él no sabe que en ese momento está viviendo el último capítulo de su propia historia, aunque tenga veintitrés años y una vida por delante. En dos horas será un desconocido en el acotamiento de la carretera Monterrey-Nuevo Laredo, que a lo único a que tiene derecho es a una sábana blanca que le echan encima para evitar a los fotógrafos de la nota roja.”
Las campañas políticas se hallan a medio camino rumbo a las elecciones del próximo primero de julio; a estas alturas del partido los candidatos no están dando a conocer propuestas originales, sino que se empeñan en lanzar descalificaciones en uno y otro sentido. A los temas torales no se muestran muy decididos a entrarles, o bien lo hacen de manera tibia, sin comprometerse en tiempo y forma. Como siempre ocurre, cada uno de ellos pretende hacernos creer que su palabra al aire es suficiente garantía para componer al país como por arte de magia, en los siguientes seis años.
Lo que sí sabemos es que México sufre, me atrevería a decir que como nunca antes. Lo más doloroso es que los presupuestos se desbordan pero los problemas siguen ahí, sin ser solucionados, o peor aún, creciendo. Tenemos grandes partidas para la educación, pero los resultados dejan mucho qué desear, al hallarse la calidad educativa a merced de la voluntad de poderosas mafias sindicales. El rubro del combate a la inseguridad cuenta con presupuestos millonarios, pero la violencia aumenta, se extiende como agua mala que contamina todo lo que va tocando. El empleo, la asignatura que prometió Calderón hacer despuntar durante su sexenio, ha caído de manera estrepitosa en lo relativo al empleo formal, en tanto el informa se ha disparado en cifras que superan el 60%. Y la reforma fiscal se quedó en una versión “light” como para salir del paso.
Nosotros, electores, en ratos nos sumamos a esa guerra sucia secundando la mofa de uno u otro candidato, y puesto que el voto duro no ha alcanzado los niveles de elecciones anteriores, quizás estemos en la franja de la indecisión, divertidos en “sacarle la garra” a todos, sin analizar con la seriedad que el caso amerita los antecedentes de cada uno de ellos, y el modo como planean llevar a cabo su programa de trabajo en caso de resultar electos.
En algunas encuestas las cifras indican que hasta siete de cada diez jóvenes no piensan acudir a las urnas el próximo julio; ello refleja la desilusión o el hartazgo que sienten frente a una situación, para ellos histórica, que no los ha favorecido.
Éste es el punto que todos los adultos tenemos la obligación de atender. Nuestros jóvenes han perdido el interés por su entorno. Desestiman el estudio, muchos dejan la escuela, otros la llevan a marchas forzadas, pero sin un auténtico interés por terminarla. Y es lógico, cuando están viendo que un certificado de estudio no cumple con garantizar un lugar digno en la sociedad.
Tenemos gran cantidad de adultos jóvenes que no estudian ni trabajan, y son carne de cañón que la delincuencia organizada no duda en aprovechar. El ofrecimiento de “un trabajo” que proporcione ingresos por una parte, y satisfaga el sentido de pertenencia por la otra, es bastante atractivo como para que las juventudes se involucren en una carrera de muerte.
Todos estamos conectados, y las redes sociales nos proporcionan información en tiempo real, pero presentan como estadística fría lo que son vidas humanas que se pierden merced a la violencia rampante. Hace falta proponernos todos y cada uno a dar un enfoque más humano a los acontecimientos, lanzar el mensaje de que se trata de seres como nosotros, con una biografía personal, con familia, amistades, aspiraciones y proyectos. No estamos hablando de una pila de cadáveres como saldo final de un enfrentamiento, son preciosas vidas humanas que se han perdido para siempre. Nos referimos a que en muchos hogares mexicanos esta noche llorarán padres, hermanos, parejas o hijos que sienten que el mundo se les viene encima, y más cuando aquella muerte se debe al execrable “daño colateral” de esta guerra sin sentido.
Niños y jóvenes no son un futuro que admita dilaciones. Son un presente que comienza a deshacerse en nuestras manos. Son nuestra obligación impostergable.
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