Octubre 7, 2012
DESDE EL ORIGEN
Es una muerte más en este cruento afán por
combatir la delincuencia organizada, que, después de 80,000 muertos, Felipe
Calderón comienza a preguntarse si fue lo
correcto. Demanda a otros países que
paren la producción y venta de armamento, cuando lo que debe regularse es la
entrada de dicho arsenal por nuestras fronteras. Exige a Norteamérica disminuir la demanda de
estupefacientes, cuando lo que a nuestro país compete es desalentar la
oferta. Y finalmente propone revisar la
despenalización del consumo de drogas,
más como una medida desesperada que como una propuesta bien fundamentada.
Es ésta una
muerte más, pero una muerte distinta, porque la sufre un joven político,
proveniente de una familia de políticos priistas, y ocurre en el momento más
crítico, cuando el tricolor está a punto de reasumir la presidencia del país.
José
Eduardo Moreira se suma a la interminable lista de lo que se ha encubierto bajo el eufemismo de “daño
colateral”. Su muerte va a parar a esa
estadística terrible de muertos, desaparecidos y desplazados que viene dejando una lucha violenta que no ha
hecho más que generar mayor violencia.
Se
levantan voces de inconformidad ante el tratamiento que de manera expedita
ofreció el ejecutivo para investigar este caso en particular. ¿Por qué no se otorgó ese mismo trato deferencial a los otros 79,999 muertos
los cuales, de entrada, así fueran niños se presumieron culpables, y cuyos casos en su inmensa mayoría han sido ignorados?...
Pero en fin, dejemos a los especialistas
convocados para la presente investigación cumplir con su trabajo, y nosotros
vayamos a revisar aquella parte del problema que sí está en nuestras manos
modificar. No nos toca empuñar un arma y salir a la calle, como tampoco ninguno conseguiría a título personal abaratar la
canasta básica, o detener el avance del monstruo creado por la mancuerna del narcotráfico y la corrupción, pero sí nos
corresponde revisar las raíces del problema
y actuar en consecuencia:
Edgardo
Buscaglia, especialista con reconocimiento internacional en asuntos de drogas,
narcotráfico y delincuencia organizada, maneja una hipótesis que conceptúa el problema del narcotráfico
como multifactorial, y determina que
debe de ser atacado mediante cuatro tipos de acciones simultáneas: La primera
es la represión hacia la persona del
delincuente. La segunda, el desmantelamiento financiero de los grupos
delictivos. La tercera eliminar cualquier beneficio económico para
quienes permiten la existencia de grupos delictivos. Y cuarta, la prevención,
mediante la educación y la acción social.
En México nos hemos empecinado en aplicar únicamente la primera, he allí
(acotación mía) la razón de nuestro fracaso.
Aún así
diríamos: ¿Qué tengo que ver yo, ciudadano de a pie, que no consumo drogas ni ocupo
un puesto desde el cual caiga en corrupción?... En un afán por comenzar a
resolver un problema que finalmente a todos nos afecta, habría qué identificar
cuáles acciones de nuestra parte han contribuido para la generación del mismo.
Como
padres de familia hemos sido blandos y permisivos, quizás cargados de culpas,
quizás saturados de actividades, pero de
alguna manera cada uno de nosotros ha contribuido frente a sus propios
hijos a generar un ambiente permisivo,
de límites laxos, un escenario donde todo está bien y nada debe ser castigado
porque “no es onda” ser tan rígidos. Y quizás también caen en ello algunos maestros,
algunas instituciones educativas.
Como ciudadanos
hemos incurrido en pequeñas y diversas irregularidades que favorecen la corrupción. Pedimos el “favor” por el que más delante
pagamos con otro “favorcito”. Incurrimos
en prácticas desleales frente a las instituciones permitiendo algo fuera de norma
que favorezca al pariente o vecino. Celebramos como travesuras esas pequeñas
desviaciones en el cumplimiento de la ley, o bien, nos ufanamos de estar por
encima de la misma.
Para
muchos resulta hasta divertido: Copiar en un examen; hacer trampa en el
juego; no respetar señalamientos
viales; violar los derechos de los
discapacitados; evadir responsabilidades y deberes. Actuamos presentando la
honestidad como signo de estupidez y la comisión de faltas como atributo de inteligentes, y así nos tasamos
a nosotros mismos y comenzamos a medir a otros.
Y en
aquel ambiente relajado “no hay bronca” si nos intoxicamos con alcohol cada
ocho días, todo es parte de la diversión.
Ni pasa nada si fumamos marihuana, o inhalamos coca, total “qué tanto es
tantito”… Somos “buena onda” si lo hacemos, y más
todavía si lo permitimos. Y en esta actitud condescendiente vamos contribuyendo a
la generación de un universo de consumidores que más delante favorece el desarrollo de los grandes
problemas asociados con el narcotráfico.
La
delincuencia organizada es el monstruo de siete cabezas que amenaza con
engullirnos: El problema es de todos, la solución también. A los de a pie nos toca actuar para impedir el
desarrollo del monstruo en etapa embrionaria.
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